El ultimátum, del tipo del proferido ayer por el gobierno de Estados Unidos, se avizora como paso necesario, y esperanza última, para evitarle a la humanidad la que sería una desgraciada confrontación
El lanzamiento de un misil intercontinental atravesando el espacio aéreo de Japón y la grotesca exhibición de Kim Jong-un exhibiendo la que sería la bomba de hidrógeno fabricada en Corea del Norte -¿con asesoría de quiénes?- son el capítulo más serio de la agresiva amenaza del régimen norcoreano a millones de seres humanos, especialmente japoneses y surcoreanos, así como a los valores e instituciones de la comunidad global de naciones.
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La bomba de hidrógeno que el régimen dice haber probado representa un gravísimo ataque al Tratado de no-proliferación de armas nucleares y a los pasos, lentos pero muy importantes, en el desarme de las actuales potencias en armas atómicas. Lo es en tanto el sátrapa la usa como instrumento para presionar su inclusión en uno de los más importantes grupos multilaterales, rompiendo así el aislamiento que el mundo le ha logrado imponer. También lo constituye porque cualquier falla del mundo para proteger a Japón y Corea del Sur, que renunciaron a las armas nucleares, los induciría a iniciar su carrera armamentística, dando un paso con consecuencias predeciblemente fatales.
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Estos hechos se convierten en exigencia al Consejo de Seguridad, que este lunes volverá a reunirse con urgencia, y ojalpa sin bloqueos dilatorios de sus miembros, para determinar cuáles países incumplieron con las tardías sanciones, adoptadas el 5 de agosto, facilitándole a régimen continuar con su carrera armamentista. El incumplimiento de esa decisión adoptada por unanimidad reta a Naciones Unidas a definir controles a sus propios miembros, para garantizar que sí se adopten las decisiones que protegen a la humanidad, las naciones y el ambiente planetario.
En las condiciones presentes, y como ya lo ha hecho el secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, se avizora necesario aumentar el tono de la diplomacia, para pasar del lenguaje convencional de las sanciones al duro, y cuando se justifica inevitable, del ultimátum, que le mostraría al tirano que la comunidad global puede usar las instituciones y medios que ha diseñado para combatir a quienes amenazan su supervivencia. La esperanza, por supuesto, es que la ONU no tenga que escalar ese duro control para obligarse a una confrontación que sería trágica en términos de vidas sacrificadas y medio ambiente deteriorado.
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La agresiva ambición, que incluye pretensiones territoriales, de Kim Jong-un, demanda claridad y valentía de los líderes globales. Con ellas salvarían vidas y territorios, así como les recordarían a envalentonados agresores que el consenso civilizado y sus instituciones están dispuestos a prevalecer sobre cualquier déspota.