Gobiernos y estados menesterosos restringen la educación, la limitan a elites minúsculas y condenan a los ciudadanos a la pobreza y la miseria espiritual
Renacer, experimentar la resurrección, transformarse, convertirse en otro no es cuestión de mitos, tradiciones sapienciales o creencias religiosas. Es algo que observamos en la naturaleza y podemos experimentar en nuestro ser de múltiples maneras. Hacerlo por el apoyo a la diferencia, el reconocimiento de las iniciativas y la práctica educativa es el medio humano por excelencia.
La idea surgió nítida en mi mente leyendo El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince; un homenaje a su propio padre, una expresión contundente de amor al genitor, a la familia, a los hijos. El mismo escritor nos da una pista de lo que quizás se propuso y logró con extraordinario vigor y fuerza literaria inconfundible. Un hito de la literatura colombiana. Esta obra es una espléndida respuesta a una carta de Kafka que por su lado tiene ya ganado un puesto en la literatura del siglo XX como expresión de lo peor que un padre puede producir en su hijo, temor, silencio, sombra sobre la vida que hay que superar para renacer. La Carta al padre de Kafka es una pieza inconfundible, un testimonio preciso de la forma como el padre puede ser mortal a pesar de prodigar la vida, dar sustento material y ser una parte importante de la familia humana.
Y el ejemplo que pongo, el modo como la obra de Abad Faciolince es otra interpretación de esa relación con el progenitor, es doblemente significativo pues por un lado es una contracarta, un testimonio de la forma como un padre puede ser vital y definitivo para la felicidad y la alegría y es una muestra del papel del arte literario como expresión del drama humano de la existencia y las encrucijadas y los retos que afronta. Antioquia con sus tradiciones patriarcales es una región y una cultura que expulsa al hijo, lo lanza del hogar, lo restringe, lo oprime, le niega el fruto del trabajo, lo expulsa a la vida a “buscarla”, a rehacerla fuera del hogar. Pero por supuesto que no todos los padres antioqueños son así y hay ejemplos permanentes de generosidad, desprendimiento y apoyo.
La regla de las sociedades patriarcales es un padre dominante que quiere trazar el camino de sus hijos, define su futuro, elige su profesión, su pareja y su destino; en nombre de la preservación del patrimonio no da sino lo mínimo como dote a las hijas y en el pasado preferían entrarlas a una orden religiosa y hacerle una donación a la institución que dotarla de una parte importante del patrimonio que le permitiera también hacer su vida con dignidad. Y esto le sucede también a muchas “vocaciones” religiosas de hijos varones, son inducidas para mantener el patrimonio, la tierra, los bienes.
Un padre vital y una familia sana permiten que los hijos renazcan por la educación, por el moldeamiento generoso y el ofrecimiento de oportunidades materiales y espirituales. Esas familias facilitan la metamorfosis esencial del ser humano, ser otro por medio de la educación o el cultivo de las potencialidades del ser. Por el contrario, es doloroso escuchar a padres diciendo que no educarán a sus hijas hembras para no transferir riqueza a un extraño cuando se casen, es mezquino observar hogares que restringen el desarrollo de los hijos por miopía sobre el sentido de los bienes.
Y si vamos a la sociedad, gobiernos y estados menesterosos restringen la educación, la limitan a elites minúsculas y condenan a los ciudadanos a la pobreza y la miseria espiritual labrando de paso un futuro desastroso y terrible para sí mismas y para la mayoría de los ciudadanos.