Comienza un serio elevamiento de la naturaleza a otro nivel
“Nuestro espíritu hostil y de conquista nos ciega al hecho de que los recursos naturales tienen límites y pueden agotarse, y que la naturaleza luchará contra la rapacidad humana”. Erich Fromm
Hace unas semanas ocurrió en Colombia un suceso que, si bien no pasó desapercibido, no recibió la atención que se merecía (acaso porque no se comprendió su trascendencia, aunque quizá también porque noticias incoherentes -como el referendo discriminatorio de Vivian Morales, senadora del partido “Liberal”- fueron las protagonistas de los titulares). El suceso consistió en que la Corte Constitucional reconoció, en la Sentencia T-622 “al río Atrato, su cuenca y afluentes como una entidad sujeto de derechos a la protección, conservación, mantenimiento y restauración a cargo del Estado y las comunidades étnicas”. Se trata de un acontecimiento grandioso porque con el otorgamiento de derechos un río comienza un serio elevamiento de la naturaleza a otro nivel, labor que requiere no sólo inteligencia y capacidad de prospectiva, sino también valentía. Y es que un cuestionamiento a la perspectiva antropocéntrica absoluta e inmediatista (y suicida) a la que estamos acostumbrados como sociedad es algo que, a pesar de ser urgente, sigue considerándose subversivo. Casi que cualquier intento por concebir de manera más amplia y holística la naturaleza es convertido ipso facto en material de burla, considerándolo un llamado de regreso a las cavernas o una exigencia de renuncia a todo avance tecnológico. Se piensa que cuestionarle su supremacía es despojar al hombre completamente de su importancia, desvestirlo de su dignidad e, incluso, ignorar el valor de su existencia.
No es así. Podría, de hecho, decirse que es lo contrario: criticar esa peligrosa creencia de superioridad jerárquica del ser humano es la única manera de asegurar su existencia -colectiva y justa- a largo plazo. Esa es la idea, ¿no? Si se piensa que el hombre es tan valioso es porque debe permanecer (existir) por tanto tiempo como sea posible, ¿cierto? Y que la meta es que, en todo ese tiempo de existencia, no sea un pequeño porcentaje de la humanidad, sino la totalidad (o la inmensísima mayoría) la que viva dignamente, ¿o me equivoco? Lo pregunto porque no pocos de los hechos que entrega la cotidianidad dan a entender que el objetivo de la humanidad es otro: que una minoría tragona y derrochadora (en diversos sentidos) crezca sin límites (sobre todo en el sentido “económico”) y sin importar que el resto (la mayoría) sufra de necesidades básicas insatisfechas y derechos violados mientras aspira (con ingenuidad) a pertenecer a esa minoría y se desgasta (física, mental y espiritualmente) por intentar (sin éxito) conseguirlo. Sabemos, obviamente, que el propósito no es ese (¿sí es tan obvio?), sino la maximización del bienestar colectivo, y que para lograrlo necesitamos unos fundamentos naturales sólidos.
En otras palabras: el paso a una cosmovisión que engrandezca el papel de los demás elementos del entorno ecológico (y sus interrelaciones) y que incorpore como principio el cuidado de la naturaleza en la cultura, -en nuestra identidad y en nuestros hábitos como individuos, como sociedad-, es lo que nos puede permitir mantener sana la base de nuestra existencia y, así, mantenernos también. Por eso es que este fallo es tan trascendental en Colombia y el mundo: porque el río Atrato ha sido maltratado y con su degradación se ha degradado también la vida humana, pero ahora adquiere el derecho a ser defendido; porque a pesar de que las advertencias sobre los estilos de vida y producción autodestructivos de la humanidad han sido entregadas desde hace décadas, hemos hecho muy poco al respecto, pero esto es un paso más -pequeño pero decidido y transformador- hacia la acción armonizadora del cuidado de nuestra casa común, como lo diría el Papa Francisco.
Con este fallo se aporta al cambio de un antropocentrismo absoluto e inmediatista, a otro que por lo menos comienza a ser relativo y previsor. Es un paso importante, sí, pero no el último. Quedan faltando muchos. Y hay que darlos grandes y rápido.