Jorge Valencia Jaramillo, primero vino a recibir la condecoración “Juan del Corral” que le otorgó el Concejo de Medellín, ciudad de la que fue alcalde. Hace poco volvió a leer sus versos tristes a la fiesta del libro y la cultura.
Óscar Domínguez G
A Jorge Valencia Jaramillo en la última feria del libro bogotana le reconocieron (“un poco muy mucho tarde”) que hubiera sido el creador y director de las nueve primeras versiones.
El regalo que recibió en esa ocasión no podía ser más sorpresivo: un libro hecho en su propia casa por su esposa Beatriz Cuberos, bogotana, y su hijo Diego Alberto. El título de la obra lo dice todo: “30 años de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, Filbo, Una feria para todos”.
De 82 años y monedas, nacido en san Roque, el hijo de Teresita y Gregorio, ha oscilado entre la economía, su modus “comiendi”, y la poesía su “modus vivendi”.
Economista a regañadientes de la Universidad de Antioquia, ha tenido tiempo de operar como uno de los padres del Grupo Andino y de agotar una intensa actividad literaria que incluyó la invitación a Medellín de Jorge Luis Borges y señora María Kodama, hasta fundación y dirección de la revista Pluma.
Kodama asistiría a la primera feria del libro.
Antes de aterrizar en Medellín, Borges se gastó una perversa broma cuando su anfitriona Beatriz Cuberos, le recordó que en Medellín, había muerto, en un accidente de aviación en tierra, su vecino uruguayo Carlos Gardel:
“Si muero en otro accidente seré tan famoso como Gardel”, a quien Borges puso a nacer en Francia.
Valencia respondió interrogantes sobre su vida y milagros:
¿Cómo inició sus coqueteos con los libros?
Diría que fue, básicamente, por mi madre y, de manera especial, fue por su influencia que me inicié en el amor por la poesía. Después, en la secundaria o bachillerato, por razones no muy claras, me apasioné profundamente por los libros y ese amor nunca me abandonó.
¿Qué le debe a los libros?
El universo entero. La vida, el amor, los conocimientos, los dioses, saber que la muerte llegará irremediablemente y que no quedará nada. No alcanzo a imaginar qué hubiera sido mi vida sin los libros. Como si hubiese nacido ciego y que el Braille no existiera.
¿Los libros le deben algo a usted?
Deberme, deberme, nada. Tal vez la lejana esperanza de que uno de mis versos perdure.
¿Un libro puede cambiar una vida?
Creo que sí, así parezca exagerado afirmarlo.
¿Oye la palabra libro y qué pasa en su interior?
Un torbellino, recuerdos, vivencias, versos.
¿Qué libros había en su casa de niños?
Libros de poesía y de teatro, de mi madre.
¿Qué libros hay en su casa ahora que anda por la vida con el sol a la espalda?
Cientos, miles, imposible tratar de hacer un resumen. Son de una variedad inmensa.
¿Qué hace un economista escribiendo poesía?
Una pregunta que nunca he sabido contestar plenamente aunque, en verdad, pienso que nada tiene que ver la profesión que hayas escogido para determinar que escribes o que debes escribir poesía. Y los ejemplos son por miles, ha habido y hay poetas que escriben versos y que estos nada tienen que ver con la profesión de ese poeta. Es para sorprenderse al ver la infinita variedad de profesión de los poetas.
¿Se repelen o se complementan poesía y economía?
Son dos mundos totalmente distintos.
¿En su caso, la poesía es para la vida y la economía para levantar los garbanzos?
Digamos que sí, aunque me parece un poco triste mirarlo de esa manera.
¿En su vida primero fue el álgebra de Baldor o el cuento o el poema de fulano de tal?
Coexistieron las matemáticas y el mundo de los árabes y las Mil y una Noches y “puedo decir los versos más tristes esta noche (…)”.
Libros que mantiene en su mesa de noche.
La Divina Comedia, El Principito, Pedro Páramo, Confieso que he vivido, Cartas a Milena.
¿Su modus “leyendi” ha cambiado a lo largo de los años?
Antes leía mucha novela y bastante poesía. Ahora leo más ensayos, muy diversos entre sí, filosofía, teología, aunque yo pienso que ahora soy una especie de aprendiz de teólogo, no creyente.
¿Libros que le habría gustado escribir?
Mientras agonizo, de William Faulkner; El extranjero, de Albert Camus.
¿Por qué sus coquetos con la nada y el olvido?
Porque estoy ya plenamente convencido que a todos, todos, sin excepción alguna, al morir nos esperan la nada y el olvido. No hay más allá, no hay otras vidas, no existe la reencarnación, nuestro futuro es del tamaño de las partículas elementales.
¿Ya tiene su parcela en el cementerio libre de Circasia, donde entierran hasta a los ateos como usted?
“Cuando muera
Llévame a la colina
Y déjame allí
Con los ojos abiertos.
Miraré la noche estrellada
Pensando que en el infinito
Todavía existes.
Y te miraré para siempre.”
¿Por qué dio tremenda batalla para traer a Colombia los restos de su colega ateo Vargas Vila?
Me parecía que era un acto de inmensa ingratitud de Colombia dejarlo perdido y olvidado en un cementerio en Barcelona. Contra su propia voluntad, emprendí esa tarea y nunca he tenido remordimiento de haberlo hecho, por el contrario, una gran satisfacción.
¿Derramó alguna furtiva en el homenaje que le hicieron en la última feria del libro con presidente a bordo?
Sentí una inmensa emoción, por los 30 años de la feria, por el libro, por mi esposa y mi hijo. Miles de sensaciones dieron vuelta en mi cabeza; fue algo que me conmovió profundamente.
¿Sigue a pie juntillas las sugerencias de su horóscopo?
No creo en horóscopos, ni en los astros, no creo que ninguno de ellos pueda influir sobre mi vida, o sobre mi destino, como dirían algunos.
¿Es más lo que sabe o lo que desconoce de usted?
Cada día que pasa se agranda el infinito de todo lo que ignoro.
¿Persona que más admira?
Jorge Luis Borges, Antonio Machado.
¿En quién le gustaría reencarnar?
En un pájaro que viviera un día.
¿Libro que está leyendo?
De nuevo, a Montaigne, de Stefan Zweig.
¿Qué le gustaría olvidar?
Haber vivido y no haber podido cambiar tantas cosas de este mundo.
¿Por qué desea que lo recuerden?
Por uno de mis versos.
¿Tiene listo su epitafio?
“Lo único que quisiera
Tener después de muerto
Sería una eterna memoria
Para acordarme siempre
De ti.”
Un testimonio
Por Jaime Lopera
Mis recuerdos, como decía don Antonio Machado, son recuerdos de los patios de Sevilla (o algo parecido). No son recuerdos cronológicos sino a saltos....
Compartimos con Jorge Valencia Jaramillo muchos años en diferentes escenarios. El primero que recuerdo es el llamado Grupo Integración compuesto por un grupo de economistas (y otros colados como este servidor) que durante dos años bebimos de las enseñanzas que nos ofreció el profesor Lauchlin Currie cuya visión moderna y social de la economía resultaba de la época en la cual había servido como miembro del staff del despacho de Roosevelt en los preludios del New Deal.
Asediado por los primeros brotes del macartismo, y acusado de comunista, Currie recaló en Colombia como asesor del gobierno de Pastrana y fue el creador, entre otras cosas, de la Upac. Roberto Arenas Bonilla hacía las veces de coordinador de ese grupo que tuvo en su seno a más de veinte ministros de Estado posteriores. Currie era socrático: solo presentaba un punto de vista a la manera de una hipótesis suya sobre un fenómeno económico y luego empezaba a preguntar, en forma dialéctica, las posibles respuestas de los asistentes. Huelga decir lo que aprendimos con ese método y lo que ha sido para mí en lo sucesivo.
Mi amistad con Alfonso Hanssen Villamizar, a la sazón secretario privado del Ministro de Desarrollo, JVJ, me permitió conocerlo mejor y desde entonces cultivo con Jorge y con Beatriz una amistad que ha permanecido por años. Siempre a remolque del gordo Hanssen, años después fundamos la revista literaria Pluma que salía en forma intermitente bajo la dirección de ellos dos, Jorge y Alfonso, y la mía casi al final de la publicación. Por ahí pasaron como jefes de redacción Armando Yepes, Gabriel Iriarte y Conrado Zuluaga, en tanto que la secretaria la ejercía Javier Aristizabal y Amparo Mejía Velez actuaba como directora de la Galería Pluma que fue muy exitosa comercialmente con los pintores y escultores de aquella época -en especial cuando abrimos nuestra sede propia en el Parque de la 98, costado occidental, donde nos establecimos por un tiempo como curadores de ese sitio que daba lástima por lo descuidado en los finales de la década del 80.
Mi mejor acercamiento a la vida literaria de JVJ transcurrió en Europa. En un viaje a ese continente, Jorge decidió pasar por Génova donde me encontraba como gerente de la Flota Mercante Grancolombiana. Fueron tres días de cenas literarias en los restaurantes lugareños de esa ciudad y largas charlas sobre política en la que discrepábamos por mi lopismo y su llerismo sin llegar a mayores. La visita al monumental cementerio de Génova (el Staglieno), lleno de esculturas de muchas familias y personajes de la Liguria, donde pudimos ver la tumba de Manzzini y el famoso Angel de Monteverde, nos acercó mucho en la comunión con el arte.
La campaña para repatriar los restos de Vargas Vila desde Barcelona, fue una aventura en la que acompañamos a Jorge con todo fervor y compromiso. A la llegada con el catafalco de España a Bogotá, se me dio la oportunidad de escoltarlo a la recepción de los restos en el propio templo de la masonería, en la carrera quinta con calle 17, donde empecé a vislumbrar sus cortejos con ese grupo dentro del cual ascendió a los más altos lugares en los grados de la jerarquía masónica. A mi regreso al Quindío, en el año 2000, dejé de verlo y esporádicamente lo encuentro en la feria del libro o por correo cuando se trata de intercambiar un par de noticias tales como rememorar a Borges o la visita de Augusto Monterroso y su esposa a la sede de Pluma, encuentro que nos produjo un deleite inenarrable.