Los traidores, en Dante, fueron arrojados al Noveno Círculo, el último, donde están los más abyectos. No hay nada peor que una traición y nadie peor que un traidor
Forma parte del devenir intelectual de las personas, que alguien pueda cambiar de opinión y defender o atacar un ideal hasta cierto momento profesado y a la persona o grupo que lo representaba. Porque el cambio del contexto, un mayor y mejor análisis teórico, el conocimiento de la historia y la práctica, pueden conducir a ese cambio.
Permanecer en el pasado o mantener una lealtad basada simplemente en el culto, la admiración a la persona, el cálculo del beneficio persona o el miedo, sin que se tengan en cuenta los elementos acabados de señalar, es, simplemente una estupidez o una cobardía. La primera lealtad es con uno mismo; uno debe ser fiel a sus creencias, y, si estas cambian, por buenas razones, lo correcto y valeroso, es hacerlo con ellas.
En la historia de la humanidad y de Colombia, hay casos que enseñan al respecto. Rafael Núñez es un ejemplo, cuando impulsó el cambio de la Constitución de 1863 por la de 1886, independientemente de lo que pensemos de las consecuencias de sus acciones durante 130 años; Nelson Mandela, en Sudáfrica, que pasó de terrorista a pacifista, es otro. Ambos fueron leales a sí mismos, y cuando sus convicciones variaron, ellos lo hicieron con éstas. Ha habido gobernantes que llegan al poder con unas promesas y, luego, al enfrentarse a la realidad, encuentran que las circunstancias son distintas, y tienen que adaptarse a los hechos, dejando de lado lo ofrecido, y obligados a actuar en contravía de sus ofrecimientos, incluso en contra de la voluntad de los que lo apoyaron para llegar al poder. Podría pensarse que el caso de Lenin Moreno en el Ecuador es de este tipo. En la vida cotidiana y personal, en temas afectivos o de negocios, por ejemplo, los cambios de opinión están a la orden del día.
La lealtad implica adhesión a las personas que comparten ideales o valores con uno, y ésta a su vez significa respeto por ellos. Pero cuando se cultiva un ideal o se declara lealtad por una persona o grupo, con el propósito avieso de utilizarlos con la intención de obtener un objetivo distinto y hasta contrario al que se dice defender, eso constituye una traición. Para Borges, en su hermoso cuento Tres versiones de Judas, la traición es el más abyecto de los crímenes y de las faltas morales, porque argumenta, no requiere de valor, ni de virtud alguna, y recurre al engaño. El traidor no es leal consigo mismo, no tiene otra adhesión que la que profesa por él mismo, es un ser abyecto que recurre a la triquiñuela contra los que lo consideran su amigo o adherente para alcanzar sus objetivos.
Y no se trata de una posición moral: el engaño es una estrategia válida en política y en el campo militar, como lo enseñó Tzun Tzu, para tomar ventaja del enemigo. Pero uno no engaña a los amigos o a los aliados, porque eso mina un valor central de la interacción humana, la confianza. Se requiere construir confianza para obtener objetivos comunes, y una vez logrados estos, se baraja de nuevo. Así funcionó incluso en la Segunda Guerra Mundial entre compañeros de viaje, completamente opuestos, que actúan forzados por las circunstancias, como los rusos y los Aliados, que supieron mantener sus acuerdos en lo fundamental, a pesar de las enormes dificultades, y que una vez terminada la Guerra, siguieron cursos antagónicos.
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El ejemplo, por antonomasia, en la Colombia de todos los tiempos, de traición, es Juan Manuel Santos. Con su acción rompió la confianza del pueblo colombiano: fingió simpatía y lealtad por Uribe y sus ideales, para llegar a la Presidencia y hacer exactamente lo contrario de lo que se comprometió a realizar. Y no lo hizo porque las circunstancias cambiaran, sino porque estaba ejecutando un plan concebido para desmontar lo que se estaba realizando con éxito por parte del gobierno, del que era nada menos que el ministro de Defensa, para obtener la paz derrotando a los enemigos de la democracia y llevarlos a una mesa de negociación en calidad de vencidos, después de haber sometido a los paramilitares. Traicionó los valores más sagrados de nuestro ordenamiento, no sólo impulsando una negociación como la que hizo, sino asaltando la democracia, desconociendo la voz del pueblo en el plebiscito. Traicionó a Colombia, permitiendo el zarpazo de decenas de miles de mar colombiano, realizado por el aliado de las Farc, Nicaragua; se alió con el máximo enemigo externo de Colombia, la dictadura de Maduro, traicionó a las víctimas, al negociar impunidad total y lavado de activos al grupo que ha violado sistemáticamente sus derechos, mediante crímenes de lesa humanidad y de guerra.
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Los traidores, en Dante, fueron arrojados al Noveno Círculo, el último, donde están los más abyectos. No hay nada peor que una traición y nadie peor que un traidor. Si Dante hubiese conocido a Santos, lo podría en la capa más profunda de ese círculo.