Estamos hablando de una cantidad considerable de niños y niñas que adolecen de agua segura, alimentos suficientes y apropiados, acceso a servicios básicos de salud y a sistemas de saneamiento adecuados
No es sólo de un país lejano. Ocurre en Colombia, en sus zonas rurales y en las capitales, en los municipios costeros, de la sabana, en los fronterizos y en los de la Amazonia. Y el había una vez se ha convertido a lo largo de varios años en cientos, miles y hasta millones de veces. Estamos hablando de una cantidad considerable de niños y niñas que adolecen de agua segura, alimentos suficientes y apropiados, acceso a servicios básicos de salud y a sistemas de saneamiento adecuados. Por razones así sufren desnutrición crónica, un mal silencioso que impide el crecimiento sano: ni el cuerpo ni el cerebro se desarrollan como deberían durante la primera infancia y en especial en los 1.000 primeros días de vida, que es cuando la falta de amor, nutrición y cuidado dejan efectos para siempre.
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La cantidad de la población infantil de la que hablamos tampoco es ficción: 1 de cada 9 niños en Colombia padece desnutrición crónica, según la Ensin 2015*. En el Informe sobre Niñez en el Mundo publicado por Save The Children recientemente, Colombia está en el puesto 118 de 175 en el grupo de países donde “muchos niñas y niños se están perdiendo de su niñez”, porque los asechan amenazas como la pobreza, el maltrato, los conflictos armados, entre otras. Uno de los efectos es la desnutrición crónica, que incide en todo lo que un niño debería hacer sin límite: reír, jugar, soñar, imaginar, aprender.
Con tantas ausencias que hemos tenido que sortear como sociedad, hemos desestimado el hecho simple de que los niños en su primera infancia dependen de los adultos para llegar al mundo, crecer y tener fuerza para luchar por su progreso. Esta dependencia natural parece su flagelo más letal, dada la incapacidad generalizada de los llamados mayores de edad, a reconocer sus derechos y velar porque se cumplan.
Vivimos como sociedad situaciones inaceptables, como el hecho de que un niño muera por desnutrición, ocasionada por no tener agua segura o de que se enferme porque no puede alimentarse como debe. Vivimos situaciones tristes porque tenemos mamás adolescentes y familias con más necesidades y vacíos que capacidades para dar un adecuado sustento económico y emocional. Seguimos viendo cifras horribles sin percatarnos qué representan: son realmente niñas y niños que padecen situaciones inimaginables. Son tantos los pequeños protagonistas y sus (nuestros) dolores, que pasamos la página día tras día dejando que el desenlace siga un curso predecible donde no se vislumbran finales felices.
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El Estado, la familia y la sociedad somos los garantes de los derechos de los niños. Tendríamos que revisar qué implica esa responsabilidad que nos da la Convención de los Derechos del Niño a todos los adultos. Porque estamos convencidos de que el cuento puede cambiar, y de que no hacen falta baritas mágicas ni hadas madrinas. No hacen falta vestiduras rasgadas e indignación. Hace falta compromiso y acción. Ejercer nuestro papel, desde el lugar donde nos desempeñemos, haciendo prevalecer la vida de los niños y niñas a nuestro cargo. Las soluciones dependen de personajes reales, de carne y hueso, cuyo poder empieza a ser efectivo si hay voluntad. De las mamás que optan por lactar, para que descubran ellas y quienes les rodean, que en sus manos está el camino natural e inigualable capaz desplegar su poder amoroso, protector e inmune en los niños durante sus primeros 1.000 días de vida. Las soluciones dependen de legisladores, gobernantes, técnicos, empresarios y académicos que con su conocimiento y experiencia pueden idear planes con respaldo presupuestal para asegurar la calidad y la cobertura de las atenciones que requiere cada ser humano desde antes de nacer. Dependen también de los ciudadanos que valoren a los niños, entiendan su prioridad, lo delicado de sus vidas y sus emociones.
Desde la Fundación Éxito asumimos el compromiso de convocar al país para lograr que Colombia cuente con la primera generación con cero desnutrición crónica en el 2030, con la claridad de que se trata de una construcción colectiva, en la que es vital la presencia articulada para brindar un bienestar en el presente a nuestra niñez y posibilidades reales de que su vida se transforme para siempre.
Directora Fundación Éxito
*Según la ENSIN -Encuesta del Estado Nutricional de Colombia 2015 la prevalencia de desnutrición crónica en el país es de 10,8%