Ha equivocado el rumbo del ejercicio profesional decoroso, prefiriendo marchar por las calles empedradas de la falta de ética
No ha resultado tan angelical José Roberto Prieto Uribe, simplemente mencionado periodísticamente como Roberto Prieto. Es que el actual chivo expiatorio del tema Odebrecht (pues a pesar de que “todo se supo” por el presidente Santos y su comité financiero, éstos se hacen los de “la vista gorda” y los de “la oreja mocha”), hijo del destacado hombre público Luis Prieto Ocampo y natural de Manizales, tiene mucho prontuario a cuestas. Como diría una señora del pueblo, ese señor es toda una astilla. Y lo es, por el oscuro mundo al que ya se ha acostumbrado transitar.
Tiene un importante recorrido académico: Economista, de la Universidad Externado de Colombia; Especialista en Mercadeo, de la Universidad Eafit y Diplomado de alta gerencia, de la Universidad de la Sabana, pero ha equivocado el rumbo del ejercicio profesional decoroso, prefiriendo marchar por las calles empedradas de la falta de ética, hasta ocultarse en el matorral de la corruptela.
Su condición non sancta comenzó desde el proceso 8000, donde recibió la suma de $ 1.400 millones por la samperista campaña publicitaria en radio y televisión. Pero allí, dentro del maremagnum que se formó con elefante y a las espaldas, tuvo que dar explicaciones judiciales acerca de la recepción de USD$30.000 recibidos en efectivo y el origen de varios cheques. Aunque resultó salpicado, terminó indemne como casi todos. Operó como Radiodifusores Unidos S.A., pero bajo estratagemas la liquidó, hizo maniobras para insolventarse, traspasó bienes y aunque perdió un sonado pleito laboral con muchos ceros ($3.000 millones) terminó por hacerle el “tumbis” a las dos accionantes exempleadas.
Este personajillo, que funge como consultor estratega con énfasis en gestión de medios –designación bastante ampulosa para esconder tantas infamias–, se mueve en un vehículo muy aparente: la empresa Marketmedios (creada cuando era director de Buen Gobierno), en donde hace la perrada de no aparecer como accionista, ni como representante legal ni como miembro de Junta Directiva. El hombre visible es su brother Mauricio Prieto, pero todo el mundo sabe que es simplemente un testaferro de un pararrayos al que le caen las centellas de miles de millones de pesos por los privilegios del régimen. Baste decir que la toteada Saludcoop, estando en liquidación, le pagó $ 3.000 millones por unas asesorías sobre medios entregadas a dedo.
Roberto Prieto, el mismísimo que ostenta un robusto esquema de seguridad, sin ocupar cargo público, cobró para la firma suya, pero que oculta bajo jugadas maestras, la suma de $ 2.400 millones por una campaña de seguridad vial para semana santa. En el último tramo, en la era de Santos, ha facturado Marketmedios la friolera de $ 80.000 millones, en una feria inmunda de adiciones y prórrogas, en donde el solo Ministerio de Relaciones Exteriores le ha pagado $ 8.700 millones por las asesorías, la Registraduría $ 6.800 millones, el Departamento Administrativo de la Presidencia $ 1.050 millones, el Fondo Nacional del Ahorro $ 6.400 millones, al mejor estilo Natalia Springer, de esas en donde no aparecen las justificaciones y solo saltan las plumas del favorecimiento.
Como gerente de la campaña de Juampa, instruía a los aportantes acerca de las consignaciones en el exterior (según revelaciones escandalosas de Gustavo Rugeles en La Fm), en donde primero los dineros caían a una oficina de Nueva York y luego aterrizaban en otra de Panamá. De sus asesorías, tras recibir las millonadas, no quedan rastros en muchas ocasiones de los propios estudios de mercados y de medios. Mejor dicho, lo de Odebrecht es una poma al lado de la gran maestría que exhibe Prieto para camuflar ingresos, jugar con los testaferratos, cobrar coimas, recibir a la jura contratos, esconder datos, amañar las cosas y convertir las mentiras en aparentes verdades.
Gran negocio el de Prieto: ser gerente de campaña presidencial y a cambio recibir una hemorragia de contratos y un río de millones de pesos contractuales. Vergüenza de país…