La cotidianidad está llena de contrastes, de ese constante fluir entre encuentros y desencuentros, entre esos momentos gratificantes que motivan a seguir avanzando y aquellos menos agradables que hacen de la convivencia una condición compleja.
La cotidianidad está llena de contrastes, de ese constante fluir entre encuentros y desencuentros, entre esos momentos gratificantes que motivan a seguir avanzando y aquellos menos agradables que hacen de la convivencia una condición compleja. Aprender de la confluencia de estas situaciones para encontrar la estabilidad que permita subsistir en tranquilidad y bienestar sin perder la sensatez, es lo que da sentido al diario vivir.
Precisamente en una época de muchos apuros por una etapa más que terminó y una nueva que comienza, se evidencia más este contraste de situaciones en un país que como el nuestro, diariamente se enfrenta a situaciones insólitas y en el que todo puede ocurrir.
Mientras se daban los afanes y las congestiones de última hora para propiciar los encuentros familiares con alegría, gratitud y pacíficamente, una madre dejaba encerrado en su vehículo a un bebé con una mascota, en un parqueadero de un centro comercial mientras ella tranquilamente hacía compras. Este ejemplo de insensatez es sólo uno de los miles de casos que se presentan actualmente en un mundo que va en una carrera desbordada contra el tiempo, perdiendo la concentración y la noción de lo realmente importante y significativo.
No es una broma cuando se dice que todos nacemos bien intencionados por naturaleza, pero “rayados”, es decir con un grado de insensatez que aunque en la mayoría de situaciones es inconsciente, es el que nos hace equivocarnos, tomar decisiones desacertadas y dejarnos manipular por las circunstancias del entorno que generalmente son las que corrompen, decepcionan e insensibilizan.
Ejercitar el sentido común para encontrar el equilibrio entre los aciertos y desaciertos es el fundamento de la cordura que más que una mente sana, es la capacidad de pensar y obrar con juicio, prudencia y responsabilidad con sí mismo y con los demás.
El caso citado así al menor no le haya pasado nada porque se reaccionó a tiempo, es considerado un delito en otras culturas. Si en nuestro contexto todas las situaciones de insensatez fueran tipificadas como delito, seguramente el hacinamiento en los centros de privación de la libertad sería mayor. Una sociedad civilizada, educada y pacífica no debe desconcentrarse, desbordarse y dejarse contagiar por el virus de la insensatez. Es necesario y saludable hacer pausas en la agitada cotidianidad para ejercitar la cordura con sentido común, para reflexionar sobre los propósitos, sueños y lo primordial, sobre el aquí y el ahora; para asumir la responsabilidad de lo que se piensa, se dice y se hace, con humanidad, consideración y respeto hacia los otros.
Una reflexión budista dice que la mente es como un gran océano: una superficie ondulada y alterada por las olas y una profundidad que permanece inamovible. Es esa esencia y ese interior el que no debe desbordarse así el oleaje sea agitado y violento. Aunque todos tengamos algo de locos y poetas como dice la tradición, permanecer inamovibles en lo fundamental es una de las armas más poderosas contra cualquier obstáculo, la mejor medicina contra la insensatez y una de las más útiles herramientas para una sana y equilibrada convivencia.