La Marcha por nuestras vidas convocada por estudiantes de la escuela de Parkland, Florida, hace un quiebre en la discusión sobre la Segunda Enmienda.
Convocados por los estudiantes de la escuela de Parkland, Florida, último escenario de las recurrentes masacres en escuelas públicas y privadas de Estados Unidos, más de 800.000 estadounidenses -200.000 de ellos en Washington D.C., salieron el sábado a las calles para sumarse a la Marcha por nuestras vidas, que reclama revisar las libertades para la compra y uso de armas, consagradas en la Segunda Enmienda de la Constitución. Esa libertad ha puesto las armas en manos de sujetos que cada año asesinan a unas 15.000 personas, dejan heridas a otras 30.000 y, sobre todo, les arrebatan la tranquilidad a los jóvenes estudiantes, toda vez que sus aulas son los principales, y más tristes, escenarios de las masacres.
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Con esta movilización, los jóvenes y ciudadanos que los acompañaron responden, rechazándola, el enfoque del presidente Donald Trump, la poderosa Asociación Nacional del Rifle, la mayoría de los republicanos, y algunos demócratas, de hacer una defensa a ultranza de la Segunda Enmienda, disposición constitucional que señala “siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del Pueblo a poseer y portar armas no será infringido”. A Estados Unidos le ha llegado la hora de discutir con más razones que la tradición si le conviene mantener una norma de 1789 que cuesta miles de vidas y la ansiedad de toda la niñez y juventud estadounidenses y sus familias.
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Así se reconozca que su texto responde a las necesidades del país rural de la Segunda Enmienda, y por tanto no puede seguir siendo interpretada literalmente, postura que han defendido la Corte Suprema y Barack Obama, la vigencia del texto, y la afortunada sacralización que el pueblo estadounidense hace de su Constitución, dificulta cualquier medida para regular la adquisición libre de armas, aún las más peligrosas. En ese contexto, la movilización ciudadana puede ser el gran momento inspirador, y transformador, del constituyente primario exigiéndole al Congreso una reforma necesaria en defensa de la vida.
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La última gran reforma institucional de Estados Unidos se desarrolló con la Ley de Derechos Civiles, promulgada el 2 de julio de 1964, que implicó todos los artículos de la Constitución que favorecían la discriminación racial en la política, las escuelas, el trabajo y los lugares públicos. Esa gran reforma que quebró el racismo fue inspirada en la Marcha por los derechos civiles y la libertad, que Martin Luther King Jr. encabezó el 28 de agosto de 1963 y que también movilizó a 200.000 activistas que llegaron a Washington D.C. para escuchar uno de los más bellos discursos de la historia: I Have a Dream, y, consecuentemente, mantenerse en la marcha noviolenta por la igualdad de las razas. Aquel movimiento que transformó las normas y ha incidido en el cambio de la cultura es un norte hoy presente en el activismo de los jóvenes.
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La Marcha por nuestras vidas ha logrado mucho al mantener vigente la discusión sobre el porte de armas y el riesgo que acarrea. Lo ha hecho al conseguir el acompañamiento de múltiples y reconocidas figuras públicas, como los herederos de Martin Luther King Jr., que estuvieron representados por la nieta del Pastor, oradora en la Marcha. Con ellos caminaron y reclamaron el fin del porte de armas divos como el exBeatle Paul McCartney, que caminó en homenaje a su amigo John Lennon; Madonna o las hermanas Kardashian. Y con ellos alzaron su voz y reclamo, congresistas como Bernie Sanders, que compitió por la nominación demócrata a la Presidencia, o Carlos Curbelo, senador republicano de La Florida. Frente a esas voces brilló la del expresidente Barack Obama, quien a través de su cuenta en Twitter reconoció que los jóvenes lo inspiraban, junto a Michelle, los invitó a mantener su campaña y se reconoció seguidor de su proyecto. Con su intervención, defiende una de sus políticas más importantes sin darle espacio a Donald Trump para que la convierta en una confrontación entre poderes personales.