Póngale la firma, partidos en crisis

Autor: Henry Horacio Chaves
1 septiembre de 2017 - 12:09 AM

Paradójicamente la abundancia de aspirantes por firmas pone en desventaja otra vez a los candidatos y movimientos que realmente las necesitan, mientras que debilitan los partidos.

La democracia es un sistema en constante evolución, imperfecto como construcción humana, pero hasta ahora el menos malo de los que se han probado. Un sistema que para canalizar la participación requiere de partidos políticos a falta también de otro camino mejor. De modo que es fácil concluir que cuanto más fuertes los partidos, más fortalecida la democracia, con todo y sus vacíos e imperfecciones.

Pero con frecuencia olvidamos que la democracia es una conquista que hay que defender con participación y a toda conciencia. Valga recordar que en Colombia, el primer presidente elegido por voto popular fue Mariano Ospina Rodríguez en 1857, antes había voto representativo. Sin embargo, se le recuerda más como fundador del partido  Conservador. Junto con el Liberal, el partido de Ospina y Caro ayudó a consolidar el sistema político por más de un siglo, a pesar de las no pocas horas amargas que debemos a sus diferencias y a la idea de marginar políticamente a quien no perteneciera a uno de ellos.

Precisamente como una alternativa de apertura democrática y de inclusión, en defensa de la participación de sectores sociales alternativos, se autorizó la inscripción de candidatos que no pertenecieran a un partido, mediante el aval de firmas de ciudadanos comprometidos. Pero como ocurre siempre entre nosotros, una cosa inspira la norma y otra el accionar. Hoy resulta que la mayoría de quienes aspiran a la Presidencia, anuncian su intención de inscribirse por firmas y no con el aval de sus partidos, aunque muchos han militado en varios e incluso se reconocen como fundadores de alguno.

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Para muchos, se trata de la usurpación odiosa y egoísta de un beneficio que no necesitan y que está dirigido precisamente a los más débiles en materia electoral: para quienes representan movimientos o grupos que no tienen personería, pero sí un ideario que los separa de las estructuras tradicionales. Para otros, es una estrategia válida, en tanto no está prohibida, que les permite iniciar la campaña con cuatro meses de antelación a los plazos de inscripción, lo que representa mayor presencia en medios y posibilidad de llegar al electorado, pero también demanda mayores recursos: un esguince a las normas que genera dudas sobre legitimidad y financiación. Claro que hay quienes ven en la desbandada de los partidos una actitud vergonzante ante la crisis ideológica y los escándalos de corrupción asociados a ellos: un lastre que los perseguirá de todas formas.

Lo invitamos a leer: ¿Cuáles partidos? 2

Paradójicamente, la abundancia de aspirantes por firmas pone en desventaja otra vez a los candidatos y movimientos que realmente las necesitan. Primero, porque no tienen la infraestructura de los partidos para su recolección, y segundo, porque pueden generar una apatía entre los ciudadanos que haga más difícil la consecución de las firmas, si bien no hay norma que prohíba a un ciudadano respaldar con su rúbrica más de una candidatura. Otro vacío de la norma que se supone inspira el respaldo ciudadano a una aspiración.

La nueva realidad política del país demanda nuevas reglas de juego pero no necesariamente parecen ser las que contiene la reforma política que discute el Congreso, que aún no define asuntos como las listas cerradas o no, los umbrales o los requisitos para la constitución de nuevos partidos y movimientos. Es tal el vacío que un candidato como Sergio Fajardo, a pesar de haber sido elegido como alcalde y gobernador, no tiene personería jurídica para que su movimiento lo avale y tendría que recurrir o a las firmas o al aval de otro partido como ha hecho en el pasado con la ASI. Casi dos décadas en la política deberían ser suficientes para el reconocimiento y para haber tenido en esta época representación en el Congreso y en la vida nacional, aunque como ocurre con frecuencia, son movimientos centrados más en una persona que en un ideario con vocación de poder y comprometido con la renovación de liderazgos.

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Si los partidos están en crisis la democracia lo está también. El problema es que no parece mejor el futuro porque el único cambio que se avizora es de divisas, dado que muchos dirigentes no buscan un conjunto de ideas entorno a las cuales agruparse, sino una empresa electoral que les favorezca. Mientras no cambiemos eso y elijamos con responsabilidad y criterio, no habrá reforma política que valga. Póngale la firma.

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