Lo apreciado a lo largo de este prolongado y poco llamativo periodo preelectoral, ha resultado lo suficientemente demostrativo como para afirmar que desde el desayuno se sabe lo que va a ser el almuerzo
Imposible resulta sustraerse esta semana a no escribir sobre la jornada eleccionaria que se cumplirá el domingo con cinco aspirantes a regir este descuadernado país en los próximos cuatro años, aunque no sea el optimismo el mejor incentivo para hacerlo.
Y no lo es, porque lo apreciado a lo largo de este prolongado y poco llamativo periodo preelectoral, ha resultado lo suficientemente demostrativo como para afirmar que desde el desayuno se sabe lo que va a ser el almuerzo.
Concepto muy personal que puede no ser compartido por muchos, en especial por aquellos irreductibles optimistas que esperan cada cuatro años con paciencia digna de Job y sin desfallecer nunca, que ahora sí las cosas van a cambiar porque zutano o mengano va a ser el elegido.
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Palabrejas despreciativas con las cuales podría definirse a cualquiera de los cinco que seguirán hasta el domingo con sus peroratas y promesas -la mayoría de ellas vanas e irrealizables- así alguien se atreva a tallarlas en mármol y engatuse de nuevo a muchos cándidos electores.
Dentro de tantas utopías recitadas por los aspirantes y sus adláteres, y al tenor de las reformas que tanto se proclaman y defienden, habría que ir pensando en cambiar el régimen presidencialista que ahora rige por uno comunitario y más plural, algo así como una junta civil de cinco miembros.
De entrada, nadie quedaría agraviado o molesto por haber sido vencido; tampoco sentiría vergüenza ante una humillante derrota, y el país aprovecharía el ciento por ciento del caudal enorme de esas cinco prodigiosas inteligencias de las cuales apenas, a partir del 7 de agosto, sólo podrá disfrutar el veinte por ciento.
Como lo anterior resulta imposible hasta soñarlo, Colombia seguirá en el inmediato futuro fraccionada hasta el infinito; mantendrá su tercer puesto como nación más inequitativa del mundo y sus ciudadanos continuarán enfrentados alimentando odios y rencores por los albañales de las redes sociales, algo en cuyo vulgar manejo, el país está a punto de obtener diploma de honor.
Una cosa parece clara y sin retroceso: gane quien gane este domingo Colombia seguirá polarizada, los argumentos valdrán un carajo; la decencia en la argumentación y el equilibrio en el debate no aparecerán por parte alguna y las necesidades básicas insatisfechas de millones de compatriotas persistirán con tendencia a agravarse.
Casi setenta años de lucha fratricida, de enfrentamientos, sectarismos y violencia de todos los órdenes, civil, guerrillera, paramilitar, más la delincuencia común siempre enseñoreadas de campos y ciudades con el añadido de una corrupción incontrolable, factores que han llenado de prevención, ira, odio y venganza a casi toda la población, no pueden tacharse de un plumazo y pretender que en cuatro años, de los cuales dos se gastan en preparativos antes que en acción, se haga borrón y cuenta nueva.
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Lo que hoy es Colombia y su situación difícil en todos los campos, tiene también entre sus responsables a toda la clase dirigente, privada y política, incluidos los cinco del domingo que se presentan sin serlo, y sin un ápice de arrepentimiento y vergüenza, como los providenciales salvadores.
En concepto del autor, todo lo anterior justifica con suficiencia las dos palabras del título y ojalá para bien de millones de compatriotas, haya estado totalmente equivocado, aunque me temo que no.
En esta nota no va a cometer quien la escribe, la odiosa pedantería de recomendar por quien votar, atribuyéndose dotes de pastor o pedagogo. Lo mejor ante el panorama, es decir con el vulgo: Que entre el diablo y escoja.
TWUITERCITO: Como en las encuestas, de uno a cinco, ninguno pasa de dos.