Lo que veo es un bosque confuso y profuso de afiches publicitarios de campaña desplegados ante unos militantes manipulados
Pedro Sánchez director del Partido socialista obrero español con ocasión del problema secesionista catalán ha comenzado a poner sobre el tapete la necesidad de considerar la pluralidad regional de España como una medida necesaria para el reconocimiento de las particularidades culturales, económicas que realmente caracterizan a las distintas regiones de España, constituidas, además, por subregiones diferentes. Fue lo que Ortega y Gasset puso de presente en su extraordinaria reflexión La España invertebrada cuando al criticar el excesivo particularismo de las regiones recuerda que “toda nación es la expresión de un gran proceso de incorporación” Y lo es para no consumirse en el aislamiento pernicioso donde la supuesta fatalidad de la ignorancia y la pobreza conducen al inmovilismo espiritual, a la resignación. “Cuando una sociedad se consuma víctima del particularismo puede siempre afirmarse que el primero en mostrarse particularista es el poder central”. El extraordinario desarrollo económico estuvo acompañado de terribles crisis como la de Zapatero donde millones de españoles debieron buscar otros horizontes para no perecer víctimas del ofensivo desempleo. Ahí están las modernísimas autopistas, la extraordinaria red de ferrocarriles, la tecnología agrícola pero el impasible rostro del hombre ibérico se intuye detrás de este maquillaje de desarrollo económico, de modernidad. ¿Cuántos pueblos han sido y siguen siendo abandonados? Extremadura permanece sin una buena vía ferroviaria. La estoica prosa de Azorín describiendo la pobreza y el abandono de Castilla no parece tener correspondencia en una nueva literatura, en un nuevo periodismo ajeno a estas incertidumbres, a los particularismo de regiones que han permanecido afuera de las ventajas del llamado progreso, presas de una pobreza más ofensiva. ¿De dónde podrían brotan entonces las razones que llevarían políticamente a plantear una España plural para enfrentar el carcoma de los nacionalismos o sea la tendencia a encerrarse en reivindicacionismos falsos, a negarse al esfuerzo necesario de aceptar la responsabilidad espiritual ante Europa? Hace quince años estuve en un caserío dominado por el grupo terrorista Eta y la mirada antes cordial de aquellos campesinos había sido cambiada por el odio, un odio que condujo hacia los peores extremos de barbarie como aquel tenebroso grito de “Mata Eta mata” repetido con la misma saña en la revuelta catalana.
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¿Será necesario decir que los árboles no dejan ver el bosque? ¿Qué todo no pasará de la retórica del aparato político? Pues lo que yo veo en los canales informativos, en los periódicos, en las habituales discusiones no es el rostro y la voz recuperada de quienes han sido olvidados por el humanismo y la democracia de base, el horizonte de las geografías dominadas por el nuevo fanatismo, lo que veo no es la presencia de la pluralidad reconocida de las distintas regiones catalanas, de esa otra Cataluña de inmigrantes de otras regiones de España, sino un bosque confuso y profuso de afiches publicitarios de campaña desplegados ante unos militantes manipulados por los distintos políticos con fines inmediatos, curiosamente algunos afiches son iguales a otros como si el contenido finalmente no importara. Como Ortega lo describe, “una desapacible atmósfera de hospital” y la ausencia de una minoría selecta capaz de dar la dimensión histórica necesaria ante lo que ya anuncia ruina.
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