No sé si lo que se barrunta sea lo mejor para Colombia, pero para la gente, es algo distinto
Desde hace unos quince días se viene observando un fenómeno hace algunos meses impensable: el crecimiento exponencial del auditorio que escucha a Gustavo Petro en la plaza pública. Para citar algunos ejemplos: en Soacha lo recibió una multitud entusiasta, lo mismo sucedió en Sincelejo, un feudo de políticos tradicionales y lo corroboró al día siguiente en Pasto y luego en Quibdó.
No soy petrista ni tengo interés en hacerle propaganda. Escribo sobre el tema porque es realmente un fenómeno que los políticos y los medios no pueden ocultar. Nada se ganan los grandes medios de comunicación con desconocerlo y ocultar sus concurridas reuniones: igual efecto está logrando los políticos que lo atacan y minimizan. Radio, prensa y televisión pueden ignorar sus actos en la plaza pública, pero las redes sociales se encargan de suplir esa actitud poco profesional de quienes así proceden. A cada ataque de un político twittero, se vienen cientos de respuestas defendiendo al candidato de Colombia Humana.
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Esta semana, un reconocido exministro de Estado, muy cercano a la campaña de Germán Vargas Lleras, publicó en twitter dos fotografías sobre un mismo acto: en la primera mostró la manifestación de Pasto nutrida y con miles de asistentes y en otra publicó el mismo escenario con una precaria asistencia. Escribió que con montajes pretendían inflar la asistencia a las reuniones de Gustavo Petro. ¿Quién dijo miedo? Cientos de adherentes a esa red social le contestaron al exministro del cuento, dando testimonio de un evento que en realidad fue nutrido y lleno de entusiasmo. Abundantes pruebas fotográficas y fílmicas fueron publicadas como prueba de que sus autores sí habían asistido al evento y de que el exministro estaba haciendo un mandado a las otras campañas. En mí sentir, por hacer bonito hicieron feo y quedó la sensación de que trataban de engañar a la gente con fotografías tomadas en distintos momentos.
Lo de Petro es consecuencia de décadas de desgobierno y concentración de la riqueza; de inequidad, lo que es reconocido por organismos internacionales de probada imparcialidad ideológica; de impunidad; de descarada corrupción, donde por obvio, no es necesario poner ejemplos; de muerte; de violencia; de ultrajes a los más pobres. Reficar, Odebrecht, el Cartel de la Toga, los carteles de los alimentos de los niños, la salud, son el detonante que tiene al pueblo indignado y dispuesto a dar un viraje en la conducción del Estado y no sé si lo que se barrunta sea lo mejor para Colombia, pero para la gente, es algo distinto.
La pelea Santos-Uribe ya no atrae la atención de nadie, los discursos de los partidos políticos tradicionales quedan en el vacío. Es posible que en las elecciones de marzo próximo las clientelas y la corrupción logren pocos o muchos escaños; pero todos los días se acerca más este, o algún otro petro, a la conducción del Estado.
Mientras tanto, como en Bizancio, nuestros políticos discuten con ardentía sobre el sexo de los ángeles.
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