Personaje del año 2016

Autor: Alejandro García Gómez
23 diciembre de 2016 - 09:25 PM

A mi regreso de un viaje, a fines de noviembre, había pensado en mis personajes del 2016 -para el mundo y para Colombia- y comencé esta columna. Como estaba temprano la dejé para más adelante. Pero el 7 de diciembre, la revista Time hizo personaje del año a Trump. Dudé entonces, pero luego me decidí por mi primer impulso. 

A mi regreso de un viaje, a fines de noviembre, había pensado en mis personajes del 2016 -para el mundo y para Colombia- y comencé esta columna. Como estaba temprano la dejé para más adelante. Pero el 7 de diciembre, la revista Time hizo personaje del año a Trump. Dudé entonces, pero luego me decidí por mi primer impulso. Me propuse no leer Time hasta que publicara mi columna. El resto de esta historia es lo que estaba primero y que aquí viene.

Escogí a uno y a otro porque las consecuencias en ambos casos serán tan decisivas como inciertas en el futuro a mediano y largo plazo para el mundo y para nuestro país, y porque a ambos los unen unos asquerosos hilos invisibles, además del espionaje:

Los dos son hijos de la manipulación de las mentiras que los filósofos del insulto y el engaño convirtieron en “verdades”, no dirigidas a la razón de los electores sino a lo más sensible de sus sentimientos (“que vayan a votar verracos”, como nos lo explicó excelentemente el jefe nacional de propaganda, el uribista Juan Carlos Vélez Uribe). Mentiras que de tanto repetirlas -redes sociales y demás-, por encantamiento sofístico las transformaron en verdades. Hoy el Consejo de Estado ha iniciado un proceso, no así la Fiscalía. Ambos “triunfos” se convirtieron en un cheque en blanco al azar, en el que estamos sumidos: El triunfo de Donald Trump y la victoria del No en el plebiscito.

Arranquemos por el primero. El promedio de la clase media gringa está acostumbrado a tener un trabajo cuya remuneración le provea una vida desahogada, con necesidades primarias satisfechas para él y su familia, incluidas diversión y descanso (vacaciones), en un nivel superior al de la misma clase social de cualquier país del mundo. Los altibajos de la economía mundial –manejada por su propia Wall Street (WS)-, sumados a las ambiciosas decisiones políticas equivocadas de sus gobiernos (guerra por el petróleo de Irak, p.ej.), minaron su “Way life Postguerra del 45”. Al meterse con el bolsillo de esa clase media, un rumor comenzó a echar culpas del descalabro a los demócratas. La camarilla económica que gobierna al Partido Republicano manipuló la idea con el fin de rendir frutos. WS guardó silencio. La fracción más radical de ese partido tenía al hombre ideal: un patán rico y sin escrúpulos. Él, amoral o inmoral acostumbrado a las grandes ganancias, se lanzó. Como la mitad de la clase media gringa –blanca mayormente- piensa como él, Tump sería su líder. El resto lo conocemos: por medio de engaños y espionaje, que la gente “vaya a votar verraca”, como acá, y que así sea por margen estrecho, también como acá, obtenga el triunfo y lo logró.

Ahora nuestro personaje. El posconflicto, en un eventual Proceso de paz, tenía dos apetitosas tajadas: los contrato$ billonario$ de la implementación de los acuerdos y la vanidad de ser el mesías de la paz. Por desear ambas cosas para sí –sin lograrlo en sus dos mandatos-, Álvaro Uribe se atravesó desde el comienzo contra este proceso, así reitere que sí quiere la paz. Hoy, el fracaso del proceso o la polarización de la sociedad, pretenden ser la carta de su regreso al poder en las elecciones de 2018. La máxima prueba de que él fue y es contrario a cualquier asomo de este proceso de paz es que trató de abortarlo en sus pre-inicios, cuando “sus fuentes” le informaron de los primeros acercamientos Gobierno Santos-Farc y él los publicitó en su twiter como el gran escándalo. Hasta periodistas de extrema derecha salieron a defender el embrión. Él y sus incondicionales no soportaron la afrenta. Entonces gestaron otro abortivo: la polarización de la sociedad colombiana.

El resto de esta columna es la incertidumbre de esa polarización. ¡Dios nos coja confesados!

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