Parque del Periodista, reencuentro con el Centro

Autor: Reinaldo Spitaletta
2 abril de 2017 - 06:00 PM

El escritor Reinaldo Spitaletta comparte “una crónica con cervezas, galería de arte y conversación al aire libre”, que cuenta la historia del Parque del Periodista, a propósito de la apertura de la Galería 925 Art en este sector del Centro de Medellín, el pasado viernes 31 de marzo.
 

Medellín

La que fue, hace años, la desolada plazoleta de El Guanábano, con caserones como los que habitó Luis López de Mesa (hoy sede de la Academia Antioqueña de Historia), es hoy, con el busto de un cubano al que acusan de haber creado el periodismo en Colombia, el Parque del Periodista, en el que se han celebrado misas con ánimos de exorcismo y paganas trabas de marihuana y alcohol.


En el vértice que forman Girardot y Maracaibo, dos históricas calles del centro de Medellín, se yergue la placita con retretes de calle, una escultura que conmemora una masacre sucedida en Villatina, el celebérrimo bar El Guanábano, licoreras, ventas de empanadas, una vieja farmacia, residencias de paso, bares y comederos de ocasión.


El origen nominal de El Parque del Periodista se remonta a 1971, cuando gremios de reporteros se movilizaron para que ahí, en ese lugar que entonces estaba muy lejos del mundanal ruido, se rindiera homenaje al cubano Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria (1758-1819), que en tiempos de la colonia fue bibliotecario, periodista, miembro de una tertulia e informante del rey Fernando VII. Y desde entonces, a la plazoleta, que no es parque, se le denomina así.


En los albores de la década del noventa, en pleno furor de los carteles de la mafia, que aterrorizaron por varios años a los habitantes de Medellín, el Parque del Periodista va a cambiar de usos, y de una solitaria plazoleta en zona residencial se metamorfoseará en un espacio de estudiantes, punkeros, bohemios de diversa índole, artistas y habitantes de la noche.


Cuando La Arteria, un cafetín situado en La Playa entre Girardot y El Palo, se convirtió desde los ochenta en el templo de universitarios, poetas, exnadaístas, aprendices de escritor, y otros aventureros de la nocturnidad, el sector era un hervidero de la muchachada. También de veteranos nostálgicos que se aferraban al uso de una ciudad para conversar. La avenida sobre la quebrada Santa Elena se colmaba en las jardineras, en las raíces de las ceibas, en las aceras. Olía a cerveza, a mochilas y libros.


Pero lo que denominan en tono filosófico el “progreso” acabó con la casa republicana en cuyo garaje estuvo La Arteria y hasta ahí llegó la existencia de uno de los bares más emblemáticos que tuvo el centro de la ciudad. La migración se dirigió hacia Girardot con Maracaibo, parte de lo que hoy se identifica como la Zona Fucsia. Y allí, en un local donde antes funcionó El Pollo Farsante, cuatro bohemios profesionales (Juan Fernando el ‘Mono’ Upegui, José Ignacio Mesa, Gloria la ‘Mona’ Uribe y John Jaramillo) fundaron El Guanábano. Era 1990.


Entre los ochenta y parte de los noventa, y antes que la mafia declarara “estado de sitio”  y “toque de queda” en el Centro de Medellín, la bohemia se esparcía por algunos otros bares del sector, como el de Don Lao, al frente del teatro Sinfonía, El Jurídico (en Córdoba con La Playa), El Pergamino (en la esquina de Maracaibo con Córdoba), La Boa (de Iván Zuluaga, en Maracaibo con El Palo) y, claro, La Arteria (de Guillermo Suárez).


La apertura de El Guanábano fue una suerte de conmoción en la plazoleta. La larga noche estaba atiborrada de músicas, tragos, humos, conversa, y de una flexible diversidad de gustos, modas, apariencias, modos de ser. El Parque del Periodista mutó de una soledad antañosa a una dinámica urbana con múltiples presencias. Es una zona frenética, convergencia de rastas y metaleros, de salseros y roqueros clásicos. Un lugar multicultural, con cabida para todos.


En el pedestal circular de la escultura Los niños de Villatina, de Édgar Gamboa, lo mismo que a sus alrededores, los circunstantes se congregan en sus parlas eternas, quizá sin saber muchos de ellos que el monumento es un homenaje a los niños masacrados por policías el 15 de noviembre de 1992, y a lo mejor ni les importa el busto del cubano Manuel del Socorro, personaje al que un periodista de estos tiempos (Carlos Bueno) calificó de “inane, inocuo y prescindible”.


En una de las esquinas del parque, en el cuarto piso de un edificio marcado con la placa 53-09, ha comenzado a funcionar una galería de arte (925 Art Gallery), con una exposición colectiva titulada Reencuentro en el Centro. Su creador y doliente es Luis Alberto Duque. “Tenemos la misión de apoyar y proyectar el arte de los artistas emergentes de Medellín. Tendremos exposiciones, estudios para artistas, charlas, encuentros con extranjeros”, dice.


Por ahora, en la nueva galería hay obras de Juan Fernando Ospina, Male Correa, Philip Anselmo, Sebastián el Donchi, Ita Yosara Gallego, Javier Berrío, Daniel Paniagua y Jorge Zapata.


Una nueva dimensión que le nace al parque, en medio de su multiplicidad cultural, en la que aparecen comediantes, poetas, habladores profesionales, fotógrafos, historiadores, travestis, vendedores ambulantes, médicos, artesanos y los que persiguen sueños.


El Parque del Periodista, repudiado tal vez por aquellos que no conciben la conjunción de la diversidad en un espacio abierto, expresa hoy una de las formas de ser de un centro que aspira a albergar en su seno de cemento y vehículos todas las maneras de la cultura y la convivencia social.   

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