Paradojas

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
16 marzo de 2017 - 12:08 AM

Quizás ser humano es morar de manera esencial en muchas paradojas, lo que nos hace humanos es el dudar, el oscilar entre sentidos que se chocan

Es una paradoja saludar para despedirse. Parece cosa bien sencilla. La vida es un aprendizaje del camino del agua transitando en medio de las ascuas. Mirar lo que nos enseña la experiencia ya entraña dimensiones trágicas sino sabemos leer el río de la vida; es notable que todo lo sabido lo hayamos tenido que olvidar y nos toca escuchar voces nuevas, maneras inéditas que intentamos asimilar. El reto de las paradojas ha sido para mí sencillo: el que quiere oír escucha y vela pero silencia el tumulto de la voz interior. Y no puede ser que escuchar nos aísle pero sí lo hace, de manera honda dejamos los rumores internos. Y enuncio así una paradoja que me fascina: cómo ser uno mismo olvidándose de sí, cómo ser dejando que el otro hable mi lenguaje y me desborde. He asumido ese reto con seriedad, con humildad y con el claro sentimiento de querer lo mejor y tratar de acertar en medio de las sombras que siempre acompañan la acción humana.

Quizás ser humano es morar de manera esencial en muchas paradojas, lo que nos hace humanos es el dudar, el oscilar entre sentidos que se chocan; muero porque no muero, decía Teresa de Jesús quien conoció el amor sublime transitando primero el erotismo de los cuerpos. Es paradójico amar tan desmedidamente que la calcinación después de arder se asemeje a la aversión, al odio ciego que toca con sus dedos el extremo del amor que buscamos sedientos. Te amo tanto que renuncio a ti decimos eventualmente.

Allí donde hay una paradoja allí está la vida. Moramos en un río de sentidos posibles, los tocamos, escapan. Aceptar lo inaceptable, desprenderse de lo más querido, quizás no hay mayor sabiduría que renunciar y permanecer en el interior de aquello a lo que renuncias y te apartas para seguir ahí de una inédita manera. Moramos de múltiples formas. ¿Y qué entendemos por morada? De origen desconocido el sustantivo latino mora, morae significa tardanza, demora y dilación. De ahí su derivado verbal moror, que se traduce por detenerse, permanecer, vivir. Estar en el ojo calmo del ciclón, dice el poeta Lezama Lima. Por una larga existencia el ser humano se detiene frente a un horizonte que parecía claro y luminoso y lo encuentra oscuro, terrible y destructivo; creemos encontrar el elixir de la vida en el fondo de una oscura vasija que nos desborda.

En asuntos humanos no hay una sola y exclusiva fórmula para lograr la meta, no son suficientes el ciego cumplimiento de las reglas y la obediencia simple a unas rutinas. Si el camino del progreso humano estuviera garantizado en el simple cumplimiento de las normas hace muchos siglos o milenios hubiéramos logrado la paz, el desarrollo económico, el crecimiento sostenible. Y al mirar la historia conocida vemos a pueblos, culturas y civilizaciones desaparecer sin fórmula de juicio. Pero, advierto, no estoy diciendo que el crimen paga, que la violación de las normas sea plausible, quiero hacer visible que hay una fuente de bienestar esencial en la autonomía, en la capacidad de autorregulación y que hay un deplorable fetichismo de las reglas y una sobrevaloración ciega de la disciplina que nos aleja de lo humano. Hay una fuente profunda en la creatividad humana que subyace a ese movimiento perpetuo de andar, desandar y aprender; ya lo sabemos hace tiempo, conocer es desprenderse y hay sabiduría en el olvidar las viejas certezas que se extinguen con frecuencia desbordante.

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