Padura, con la pluma como flecha y la verdad como escudo

Autor: Daniel Grajales Tabares
2 febrero de 2017 - 12:00 AM

Leonardo Padura fue el invitado central del Hay Festival Cartagena 2017, visita en la que compartió con el ciudadano de a pie, ya que se detuvo a tomarse fotos y firmar libros, conversó con Héctor Abad Faciolince y proyectó el documental Vivir y escribir en Cuba, de su esposa Lucía López Coll.

Cartagena

Voz de barítono, casi como melodía de bolero. Cabello blanco, teñido por la nieve de los años, con contados hilos negros que dan idea de vitalidad. Piel morena, tez que grita sabor caribe, que dice sol y palmeras. Pronunciación pausada, quizás dictada por la calma que irradia una espera en el silencio, un avanzar por la vida entre letras y lecturas. Es él un caminante del tiempo, pero esta vez las calles que recorren sus pies no son las de su Habana, esa capital de Cuba que lleva en su corazón y vida, de la que nunca se ha separado por difícil que sea. Así algunas de las edificaciones viejas de Cartagena dictaran similitud, esta vez el hombre pisaba aceras desconocidas.


Leonardo Padura no es un visitante cualquiera. Leonardo Padura no es un viajero frecuente. No, Padura es otra especie de ciudadano de Cuba que vive el mundo pero no ve la hora feliz del regreso a casa, extraña su barrio, su acera, su hogar pintado de verde en rejas y fachadas. Decidió ir a un supermercado antes que pasar a algún museo o sitio turístico de Cartagena. El autor, el premiado, el internacional vendido en cientos de geografías, sí, el de El hombre que amaba a los perros, estaba ahí entre miles de productos, de placeres, de marcas, como un niño que se deslumbra ante una fábrica de chocolates, porque en su Cuba natal la realidad no es encontrar el suavizante de telas que empuñaba con fuerza sus manos medianas, para llevar luego directo a la caja, junto a yogures, cárnicos y otros antojos. Se dice un “amante de la comida” lo que es evidente en su literatura, en la que los personajes comparten al calor de la culinaria.


Es un escritor en una escena de cotidianidad, un hombre que sonríe a su amor Lucía López Coll cada tres o cuatro minutos, y galantemente vive con ella un momento de placer de matrimonio, como si nadie los conociera. Pero no es verdad, luego de que les empacan sus productos, y pagan la cuenta, llega el mar atiborrado de admiradores, con olas que piden fotos y firma de libros. La multitud le genera otra vez una sonrisa. 


Se detiene ante el público, cierra los ojos con lentitud, como quien no se lo puede creer. Le dice a su esposa que se vaya al hotel, que se vaya acicalando para el compromiso social que tienen esa noche, “para que vayamos ganando tiempo”, porque él deberá detenerse bajo la luz de la luna, en una calle cualquiera, para responder a ese amor de lectores y curiosos, para decir presente a colombianos y extranjeros con ganas de inmortalizar su participación en el Hay Festival Cartagena de Indias. Dice haberse sentido “presionado, era un compromiso con ellos, porque veía las ganas de hablarme, de tomar una foto”. 


Esa escena de noche, esa bohemia no planeada, natural, de suerte para los afortunados que pueden vivirla, le queda al autor como “el momento más hermoso de todo este viaje”. 
“Los cubanos, cuando viajamos al extranjero, no es a una playa o un museo al primer lugar que llegamos, sino a un supermercado, porque tenemos que comprar todo lo que vamos a llevar. Cuando  llegué a la habitación, después de encontrarme con toda esa gente que quería hablar conmigo, luego del supermercado, sentí algo que no había sentido nunca de esa forma, el cariño con el que me pidieron conversar conmigo, que les firmara el libro, es el premio más grande que he podido tener”, aceptó sin reparo alguno Padura, autor invitado por el Bbva a este certamen cultural.


La experiencia le ha enseñado que en la vida de un escritor “hay cosas que pasan y no comprendes totalmente en ese momento, sólo después te das cuenta del porqué. Yo creo que en la vida de un escritor, en su carrera, hay muchos elementos que a veces son indescriptibles y después tienen una significación”. Por eso, luego de ser un caballero que atiende a los hombres y mujeres que lo detienen en la calle, fue al cerrar la puerta, al llegar al silencio de su habitación de hotel y estar de nuevo junto a su mujer, cuando suspiró emocionado y entendió que las fronteras sí habían sido traspasadas por letras como las de Fiebre de caballos (1988), Vientos de Cuaresma (1994), Máscaras (1997), Paisaje de otoño (1998) y La novela de mi vida (2002).


En Cartagena, recordó cuando la noticia de que era el ganador del Premio Princesa de Asturias de las Letras, en el 2015, fue emitida en el noticiero del mediodía de la televisión cubana, dijeron: “noticia de última hora el escritor cubano Leonardo Padura acabó de ganar el premio, en próximas ediciones ampliaremos la noticia”.
Pero “jamás se amplió”. Hubo sombra para sus logros, según relató “salieron pocas líneas en los periódicos cubanos y en el mundo me estaban buscando todos los medios, todos querían hablar con Leonardo Padura afuera”. 


Ese reconocimiento lo asumió “como un premio a la cultura y a la literatura cubana no como un premio a mí como persona, porque Cuba es más grande que todos nosotros, Cuba va a estar cuando no estemos. Yo me decía qué hago para ser más cubano que el más cubano, entonces dije voy a ir vestido a la entrega del Premio con una guayabera cubana hecha en Cuba y con una imagen que representa a Cuba que es la pelota”. 

Amigos y sabores
En el Teatro Adolfo Mejía, el escritor tuvo una cita para conversar sobre su vida y obra con Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano quien dijo a Palabra&Obra que de la literatura del cubano destaca “su inteligencia, la finura del análisis. Él es capaz de escribir de tal manera que es crítico en grado sumo, sin ofender a nadie, y eso, en un régimen como el cubano es prácticamente imposible”. 


Blanco fue el color que lucieron en sus atuendos Padura y Abad Faciolince. Salieron juntos al escenario, se sentaron e iniciaron la charla con reflexiones sobre la amistad y la comida en la obra del cubano. Héctor llevó ron de regalo, ambos elogiaron sus carreras, dos plumas de trayectoria en las tablas del teatro. 


 “Héctor me pone en dos temas que son muy amables: el tema del amor, porque la amistad es una forma de amor, posiblemente la más compleja porque podemos ser amigos de personas que no conocemos, que no hemos tocado físicamente; y el tema de la comida, porque tenemos que comer todos los días”, precisó Padura. 
“Yo vivo en un país en el que es complicado el tema de la comida, se decía que en los años 90 teníamos tres problemas: el desayuno, el almuerzo y la comida (en la época peor de la crisis)”. 


“En el caso del personaje de Mario Conde, el círculo de amigos es fundamental, no está completo si no es con esos amigos que lo rodean, he llegado a tener la preocupación de ser repetitivo en ese sentimiento que tiene Conde de la amistad, en un mundo donde todo se derrumba se toma el mismo ron, se oye la misma música, se come la misma comida. Esos amigos de Conde lo complementan, tiene una visión fatalista, derrotista y ellos le dan sentido. La madre del flaco Carlos cocina constantemente para este grupo de amigos, al final de Paisaje de otoño develo de dónde salen todas esas comidas maravillosas que Josefina le ha hecho a ese grupo de amigos, ella le dice: mijito, de la imaginación, porque son comidas imposibles en Cuba. Cuba es un país donde nadie se ha muerto de hambre pero tampoco nadie ha comido lo suficiente o lo que ha querido comer. He hecho un juego con esas comidas porque es un homenaje a las comidas cubanas, porque tienen una idea de lo que son o han sido los pueblos”. 

Trotsky
Cuando llegó la hora de hablar de Leon Trotsky, ese hombre humanizado y real, lejano de tantos juicios de valor y señalamientos negativos, como se le puede imaginar al leer El hombre que amaba a los perros; Padura detalló sus años de búsqueda, sus lecturas, sus viajes, su encuentro con un personaje que era más bien un mito. 


Cuando yo leí Tres tristes tigres, que me deslumbró, me quedé maravillado porque sin saberlo estaba aprendiendo una lección que iba a ser muy importante para mi carrera, la creación del habanero literario de Cabrera Infante. Encontré la muerte de Trotsky narrada por escritores cubanos, no entendí nada porque Trotsky en Cuba era desconocido, un fantasma que había salido de la foto manipulada de la Plaza Roja, era un fantasma. Ese fue uno de los elementos que me llevó a querer saber quién fue. Cuando fui a la Biblioteca Central y me di cuenta de que sólo había dos libros sobre Trotsky, uno llamado Trotsky el falso profeta y otro Trotsky el traidor, algo me quedó, aunque no fue precisamente cuando supe que escribiría esta historia”. 


Definitivamente, el impulso que le llegó “fue la visita a Coyoacán, porque tenía la imagen de Coyoacán de Hernán Cortés. Pero luego, cuando se hablaba de Frida y Diego, por sus casas que están allá y cuando visité todo, cuando llegué y me encontré con que había una boca del Metro, viendo esa casa sentí una conmoción y ahí se empezó a crear esa novela, sin saberlo que sería una novela”. 

El socialismo 
Padura reflexionó que “dos cosas en el socialismo son muy importantes: la mujer que te da la comida y el mecánico que te arregla el carro. Celebrando este año los 100 años de la revolución de octubre, pensando en que se necesita refundar una utopía, el mundo más que nunca está necesitado de repensarse, ayer que pensábamos qué cosas debíamos reformar en el mundo nos dimos cuenta de que necesitamos reformarnos nosotros mismos. 


"Cuba está empeñada en demostrar que el socialismo está entre el capitalismo y el capitalismo”, continuó, para después decir que “se están produciendo en Cuba pequeños atisbos de una sociedad menos ortodoxa, de inversiones extranjeras”. 


Sobre Estados Unidos, puntualizó que “con la historia dentro de Estados Unidos van a aparecer movimientos fundamentalistas y movimientos civiles muy conscientes de que no pueden permitir que el fundamentalismo se apodere de un país cuya multiculturalidad es importante para el mundo, se va a dar algo parecido a lo que pasó en los años 60”.

Sin temor al miedo
Leonardo Padura no niega que el miedo “es un tema que está presente en casi toda mi obra, en Regreso a Ítaca se habla del miedo mucho. Yo creo que la sociedad cubana, inevitablemente, se está abriendo, a veces porque el Gobierno sabe que es necesario otras porque la sociedad lo propicia. 


Desde su perspectiva, “en el mundo artístico hay una proyección de la sociedad cubana mucho más crítica, mucho más abierta, no creo que yo sea la medida de todas las cosas en Cuba, lo que he tratado es que alguien que pueda considerar que mis libros pueden tener una crítica o una visión pesimista de la realidad, que me diga si algo es mentira. La verdad es mi escudo, ha sido mi escudo hasta ahora”. 


Habló de la novela negra como un género oficial en la historia de su país, que inicialmente “reflejaba el trabajo de la Policía y los órganos del Estado con un sentido propagandístico, el triunfo de la sociedad mejor. Eso fue creando una retórica y fue un tipo de novela que no produjo algo significativo y se agotó muy rápido”, por eso lo que quiso hacer fue “escribir una novela policiaca cubana, que fuera muy cubana, pero la clave fue crear al personaje de Mario Conde, dando una visión de la sociedad cubana, de la gente de a pie, de sus tradiciones, de la vida diaria”. 


Así, Padura se despidió con un mensaje claro de verdad y rigor, con una reflexión sobre una dictadura que no puede callar fácilmente a quien en la tranquilidad de un hogar tradicional vive entre ficciones una realidad contra la que lucha con la pluma como flecha y “la verdad como escudo”. 

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