Una mirada a La mujer del animal de Víctor Gaviria, película que esta semana llegó a la cartelera nacional, siendo, según la crítica, una de las más importantes producciones del cine colombiano este año.
El mal es mal, así la mirada sea de esperanza. Víctor Gaviria lo sabe, su cine también, por eso lo exhibe sin miedo, sin máscaras, sin ataduras que venzan al realismo en su máxima expresión: la de una sociedad destruida por la violencia.
Como lo plantea el crítico Pedro Adrián Zuluaga, su película La mujer del animal, “hay que digerirla primero, pensarla, para después aceptar que esa es la realidad y que eso es lo que hemos vivido”.
Se trata de una producción que regresa a la Medellín de los años 70, a la de matones y maleantes que dominaban las comunas en las que la presencia del Estado era casi nula. También, desde la mirada del urbanista Luis Fernando González, es la ciudad de hoy, “la que no tiene el título de ‘la más innovadora’, y a veces desconocemos, esa misma en la que hace unos días nadie hizo nada porque a la gente de Nueva Jerusalem la desalojaron, pero sí hizo mucho por las corridas de toros”.
En esta producción, Víctor Gaviria presenta una faceta dura como autor, una cinematografía, narrativa y actuación mucho más agresivas y violentas que las de las niñas vendedoras de rosas que consumen sacol, las de un joven que no tiene futuro y sólo piensa en golpear cada objeto con unas baquetas, o las del narcotráfico del país (contadas en La vendedora de rosas, Rodrigo DNofuturo y Sumas y restas, respectivamente); ya que precisa la “violencia de género en todo su esplendor”, y, aclara “no es una película de violencia, es una película de violencia de género”.
Sin la poética que algunos han propuesto como una manera de mostrar en el cine el abuso sexual, la violencia doméstica, el asesinato, la delincuencia y la pobreza, Gaviria deja en claro que “el mal no se humaniza, es un ser que existe entre los hombres, que no es de matices, va de frente y se regodea de ser el mal”. Y se nota que así lo entendió, por eso quiso evitar el mal estereotipado, dando como resultado una producción que cuestiona a la sociedad de ayer, a la de hoy y plantea retos a la del mañana.
Oscuro, muy oscuro, como lo planteó alguna vez Lars von Trier: “hay más imágenes en el mal. El mal se basa mucho más en lo visual”, tanto que Gaviria bebe de él durante 120 minutos.
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