Hemos caído en el peligroso juego de entregar el destino del país más desde los odios que desde la razón misma, lo cual niega la existencia de cualquier ideología y más de la ideología liberal, que se puede resumir en un solo mandamiento que es el respeto por las personas.
Aunque la discusión se ha centrado en los cuarenta mil millones que costó la consulta para escoger al candidato liberal, el asunto es más grave de lo que parece. La crisis de los partidos políticos en Colombia se refleja en lo sucedido. Aparentemente la cifra de los sufragantes en la consulta liberal revela una merma en el número de militantes del partido, pero si los rumores son ciertos, lo que sucedió es que muy pocas personas se sienten atados a una ideología que parece haber muerto, muchos menos que los que votaron. Esto, para la democracia es un costo mucho más alto de la estrambótica cifra invertida.
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Parece que en la mencionada consulta liberal intervinieron personas que nada tienen que ver con el partido, o lo que ello queda, con el propósito de mermar la importancia de uno de los candidatos. Con ello ayudaron a crear la ilusión de que algo quedaba del glorioso liberalismo, pero quebraron las encuestas y generaron dudas acerca de la clara tendencia de triunfo del doctor De La Calle. Que sean manipuladas las consultas, es posible en un país en el que los partidos han cedido ante los intereses particulares que campean en detrimento de las aspiraciones sociales de cambios y de claras ideologías.
Los partidos políticos, hay que repetirlo hasta el cansancio, son colectivos de personas reunidos en torno de ideas y principios sobre la concepción del Estado y de su manejo. Sus estatutos son el ideario que fundamenta los programas de los candidatos y de los elegidos, generando confianza y esperanza entre los electores, que podrán reclamar el cumplimiento de los planes y promesas electorales mediante procedimientos expeditos y garantistas. Cada uno de los elegidos tendrá que responder ante en partido mismo, ante sus electores y ante el país entero por su gestión.
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Hemos caído en el peligroso juego de entregar el destino del país más desde los odios que desde la razón misma, lo cual niega la existencia de cualquier ideología y más de la ideología liberal, que se puede resumir en un solo mandamiento que el respeto por las personas. Desde ahí se establecen los reconocimientos de las dimensiones de la personalidad en materia de credos religiosos y políticos, de situación de género, de raza, de equidad, de participación en las decisiones que afectan el funcionamiento del Estado, del debido proceso y en general de todo lo que hagan ciertas las libertades ciudadanas.
Lo que vimos en la consulta liberal nada tiene que ver con el glorioso partido de otras épocas. El partido se fue muriendo en medio de gamonalismos insaciables, de personalismos disfrazados de tendencias, de corrupciones impunes y de rivalidades intestinas. Ni entre los candidatizados ni entre los vetados, había alguna personalidad que nos garantizara el resurgir del entusiasmo de las ideas liberales, nadie encarnaba el camino del mantenimiento de la organización del país. Los verdaderos liberales están en otras toldas, se han retirado o simplemente han muerto. Para ser liberal hay que creer en Colombia.