Hoy las transnacionales montan gobiernos (Odebrecht y antes muchas más en Latinoamérica, p.ej.) o los quitan.
Aclaro de antemano: no pongo las manos al fuego por ninguna campaña presidencial, ni del vencedor ni del derrotado. Aclaro además, sí voté por el candidato Santos en el 2014 (no en 2010), porque veía que era la única manera de dar conclusión al proceso político iniciado con las Farc. El tiempo me ha dado la razón, hasta ahora. El camaleónico, y no del todo confiable, pasado de Santos no era el que me hubiera deseado para votarlo como mi presidente, pero o era su cinismo o el de Uribe y la consiguiente continuación de sus mañas y su guerra (en un monigote).
Ese proceso no sé (ni lo sabremos nunca) si habría podido iniciarse por el mismo Santos, pero bajo la tutela de su entonces mentor y padrino Álvaro Uribe, y no de espaldas a él, quien desde entonces dicen que lo consideró un traidor. De traiciones –o “acomodos”- está llena la política con los mismos y diferentes personajes y los ejemplos abundan, o si no pregúntenle a Roy o a la exuberante Liliana, la ex precandidata a la gobernación de Antioquia. ¿Habría habido el mismo enfrentamiento proveniente de Uribe, si Santos se hubiera arropado bajo su manto para cada paso y para luego di$frutar cada uno de los beneficio$ del po$conflicto? Jamás podremos tener certezas, sólo dudas. El poder y la gloria mueven los sentimientos de “amor”, odio o venganza.
Pero sigamos con lo que comenzamos a hablar hoy. Por culpa de nuestras dirigencias en mayor medida, pero de nosotros sus electores también, nuestros estados, muchas veces, no son sino sólo un himno, un escudo, una bandera y una selección de fútbol que los medios se encargan de convertirla en escudo, himno y bandera. Hasta la Segunda Guerra Mundial, los estados ricos dirimían sus conflictos económicos (repartición de otros países y sus riquezas) con la guerra. Los terratenientes o los industriales (naciente burguesía), alrededor de su rey o quien hiciera su papel, enviaban sus ejércitos –masas formadas por individuos sin nombre- a destrozarse.
Después de 1945, aprendieron la lección. Es mejor legitimar la agresión de manera conciliatoria. ¿Perdón? Sí, aunque parezca una contradicción. Los estados colonialistas “Inventaron” la manera “legítima” de resolver la contradicción: la Empresa Transnacional. Es una historia que “la han ido” evolucionando. Hoy las transnacionales montan gobiernos (Odebrecht y antes muchas más en Latinoamérica, p.ej.) o los quitan, con la anuencia del Fiscal, Juez y Policía del Mundo, EU (Chile en el 73’).
Hablando de nuestro país, vuelvo a aclarar que no me arriesgo a poner mis manos por ninguna de las dos campañas: ni Santos ni Zuluaga. El señor Bula acaba de hacer llegar una carta manuscrita que dará de qué hablar. Recordando el Proceso 8.000 -en investigaciones sólo académicas y que no prosperaron judicialmente- se denunció que los dólares de los narcos de Cali fueron hacia las dos campañas más “promisorias”: Samper (vencedor) y A. Pastrana (derrotado). El final lo conocemos. Antes se habrían lucrado otros conspicuos candidatos, vencedores o derrotados a la presidencia.
Nos queda reflexionar: ¿será posible, en el futuro, llegar a la pureza conceptual del gobierno democrático, como la entendía el Liberalismo iluminista francés? ¿O es un imposible pensar en ello, por la contradicción irreconciliable que encierra la misma concepción filosófica de Estado, con cualquier sistema de gobierno, como lo expone el marxismo leninismo? ¿O será posible –nuevamente- una vía hacia el capitalismo liberal amarrado entre un socialismo de Estado, como lo pretendió el fascismo –y el nazismo- con su “todo para el Estado, nada contra el Estado, nadie fuera del Estado”, derrotados en la II Guerra Mundial? ¿Es sólo cuestión de tiempo y cultura política?
Y los políticos, ¿qué papel juegan? ¿Es imprescindible su papel chupasangre para legitimar el desangre de y en cualquier tipo de Estado?