Nuestra naturaleza

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
2 marzo de 2017 - 12:00 AM

Nuestra naturaleza sublime y terrible nos lleva a la música celeste y a descubrir la trama de los cielos y nos lanza luego voraz a ocultarlo a los demás y a ponerle patente

No me refiero a la que nos rodea, ya la hemos perdido casi irremediablemente, por la expoliación de siglos, por la apropiación que ha puesto cercas y la ha rotulado nombrándola con términos difusos que nos hacen dudar cuando decimos: ésta es mi selva, mi suelo. Hemos ido tan lejos que lo que antes eran florestas y ríos para la vida ahora son arenales plagados de venenos que hemos esparcido por los campos de cultivo. Quedan pocas aguas limpias, unas cuantas extensiones de selva pero ya están en medio de disputas por su denominación y propiedad y no para preservarlas sino para apropiarlas y darles destino destructivo. No es nuestra la naturaleza, se la arrebatamos a la tierra y nos la disputamos en rapiña permanente. Ya hablamos de colonizar otros planetas y sembrar en la luna. Pobre luna.

Me refiero a nuestra propia naturaleza humana, mezcla endiablada de pasiones, contradicción feroz que nos alberga. Tan pronto sabemos algo y nos aferramos a ello como dogma. Un paso que damos en el esfuerzo por el autocontrol lo convertimos en herramienta para la humillación del que nos sigue. Nuestra naturaleza sublime y terrible nos lleva a la música celeste y a descubrir la trama de los cielos y nos lanza luego voraz a ocultarlo a los demás y a ponerle patente. El amor, redentor de la miseria de la soledad y la hermosa solidaridad que emana de la fraternidad que brota del corazón son desbordados por un egoísmo que nos dicta implacable que es exclusivo nuestro objeto de amor y los hijos, por ejemplo, nos pertenecen como cosas. Y destruimos así lo más excelso y a lo que emana de la libertad le ponemos cadenas.

La naturaleza humana es bella y terrible, por un impulso genuino de conocimiento exploramos todos los rincones de la corteza terrestre, conquistamos el aire para cruzarlo en artefactos eficientes pero le ponemos murallas a una tierra vasta y generosa y el aire está ahora plagado por las rutas virtuales de misiles de destructores de toda huella de vida. Hasta la estratosfera la hemos cargado de artefactos que han empezado a caer como lluvia de chatarra sobre nuestras cabezas.

Pero vamos al centro de ese firmamento interior que nos deslumbra y nos pone contra las cuerdas de la autodestrucción en un movimiento de vértigo que parece empezar de nuevo con la vida de cada ser humano. ¿Cómo es qué lo que lo conquistamos para la preservación de los nuestros nos lanza al mismo tiempo a la guerra o a la defensa fiera de un espacio? ¿Por qué la fraternidad que nos debería identificar con la huella de la especie nos lleva a someter al otro y volverlo objeto de nuestra pasión? Capítulo aparte merece el efecto devastador que el poder y el dinero ejercen sobre los seres humanos. En una simple existencia se puede observar el efecto transformador que casi siempre tienen para mal. Seres humanos altruistas emprenden para sus iguales tareas que implican obtener poder para irrigar el bienestar y el resultado es visible, termina el egoísmo orquestando tronos de desprecio; igual pasa con el dinero que deforma seres que alguna vez fueron excelsos en virtudes y se transforman en fieras cuando lo obtienen. No es error de diseño, es ejecución defectuosa de una partitura que merece otro destino, la educación es el camino, una cultura generosa, valores que se siembran con decisión desde la cuna, manos abiertas que trazan el destino.

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