El domingo tenemos la oportunidad de elegir un Congreso del que nos podamos sentir orgullosos. Si no lo hacemos, otros escogerán uno que les convenga.
Cómo se habita un territorio, a qué departamento pertenece una población, qué régimen especial puede aplicarse a una población en razón a sus condiciones especiales o en relación con sus aportes a la nación, la creación de nuevos impuestos o la modificación de algunos, la creación de empresas del estado o su liquidación, las alternativas para garantizar un régimen de salud equitativo y funcional para todos, la determinación de ampliar o no la edad de jubilación y una infinita lista de temas que marcan la vida en sociedad, pasarán por el estudio del Congreso Nacional en los próximos meses y años. Así ocurre siempre, pero a veces no lo hacemos consciente.
A modo de ejercicio, le he preguntado con alguna frecuencia a distintas personas si recuerdan por quién votaron a la Cámara o el Senado. La mayoría no lo recuerda con facilidad y muchos nunca terminan por saber. Aunque no es una estadística rigurosa, si da cuenta de cómo valoramos el Congreso. Eso y los altos índices de abstención que superan los de todas las jornadas electorales. El domingo se calcula que solo votaremos algo así como el 44% de los colombianos habilitados para hacerlo.
Si no recordamos por quién votamos no podemos estar seguros de qué tan bien estuvo la decisión, porque no hay forma de hacerle seguimiento a su trabajo. No es un asunto menor pues nosotros decidimos un día por quién votar y ellos deciden cuatro años cómo votarán los proyectos de ley que nos afectan. Nuestra decisión es la que les da esa potestad, aun cuando decidamos no votar. Es simple, si no acudimos a las urnas dejamos que otros escojan el Congreso, que sean el criterio o los intereses de otros los que marquen la vida en sociedad.
Esa es la paradoja de quienes declaran su desinterés por la política, que terminan favoreciendo los intereses políticos de las maquinarias y las estructuras que han generado la apatía colectiva y el descrédito de esa actividad. Un desinterés que beneficia precisamente a quienes los ciudadanos hastiados de las malas prácticas quisieran castigar. Porque esas son las estructuras que hacen cálculos del número de votos que necesitan para llegar, por eso no les interesa vencer el abstencionismo, porque cuanta más gente vote, más sufragios a favor necesitarán. Prefieren repartir las curules en proporciones controladas con los partidos rivales con los que harán coaliciones y tratos para repartir el poder, los puestos, los contratos.
Los mismos apáticos frente al Congreso, reclaman un estado que respete más los derechos y asegure mayor bienestar; un espacio donde puedan manifestar su desacuerdo o desinterés con los políticos y una dirigencia que les ofrezca soluciones a los problemas cotidianos y acceso a las comodidades de la modernidad. En otras palabras, una democracia que solo puede ser fuerte y efectiva si tiene un congreso juicioso, independiente y con criterio, que decida pensando en el bien común antes que en el negocio particular o en las aspiraciones personales. Ese congreso es el que tenemos ocasión de escoger el domingo, porque en casi todas las listas hay buenas opciones y alternativas serias, que hay que reconocer entre los demagogos, tramposos, oportunistas y ambiciosos que ven la democracia como un botín y cada elección como una oportunidad.
El voto, hemos insistido, es una conquista social. Apenas hace 60 años pueden votar las mujeres en Colombia, para poner un ejemplo. Entonces es preciso pensar el voto y escoger quién llevará nuestra vocería cuando se discutan los temas más cruciales de la nación. Hace falta superar los pálpitos y las empatías basadas en la apariencia o los cantos de sirena de quienes proponen pedazos de paraíso que después se tornan infiernos porque no eran realizables o porque se imponga la cruda realidad.
La invitación es a informase y escoger lo que se parezca más a nuestra visión de mundo, ojalá pensando en el bienestar colectivo, y después hacerle seguimiento a la gestión. Implica analizar el voto y recordar la selección. Cuanto más juiciosos seamos en ese camino, mejores líderes tendremos y más orgullos nos podremos sentir de un organismo como el congreso, que decide sobre lo que nos pasa a todos como sociedad, así no nos acordemos de cómo se llama el señor o la señora por la que votamos.
Alguien dijo que las sociedades más sanas son las que no recuerdan los nombres del presidente o los políticos. Un estadio que solo es posible cuando se alcanza un nivel de confianza entre los electores y los elegidos. Por eso no es carreta ni frase de cajón esa de que tenemos en las manos el futuro del país y, por ende, la responsabilidad de elegir con ética y con rigor. Ojalá que así sea, que votemos por los mejores con la esperanza de que esta vez no nos dejen colgados.