No se puede culpar a los venezolanos de huir de la miseria y el peligro, a pesar de que se convierta en una problemática social y económica en nuestro país
Karen Valentina López Osorio
La cantidad de venezolanos es exorbitante y sus condiciones de vida son realmente aterradoras; niños pasando por hambre, padeciendo enfermedades, mujeres y hombres luchando día a día en los semáforos de las diferentes ciudades de Colombia para llevar una vida medianamente digna. Sin embargo, no todo es malo, vemos cómo muchos colombianos nos hemos solidarizado a brindar ayuda, o al menos a no actuar indiferentes ante esta situación que no es ajena a nosotros, y que no está lejos de pasarnos.
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La situación en el vecino país es desgarradora, no se puede culpar a los venezolanos de huir de la miseria y el peligro, a pesar de que se convierta en una problemática social y económica en nuestro país, no se les debe de dar la espalda, son seres humanos que independientemente de su etnicidad, religión, nacionalidad o partido político, tienen derecho a que los respeten y vivir dignamente. Por eso, pienso que ellos no son extranjeros, y no se deben tratar como tal, al igual que nosotros buscan día a día sobrevivir en un lugar del mundo, y tienen todo el derecho de hacerlo. No-extranjeros lo quiero llamar aquí, no como el rechazo a los venezolanos; sino, por el contrario, su aceptación, que su trato sea como si ellos también pertenecieran a nuestro país.
Opino que hay todavía un gran retroceso en algunos paisanos, que no ven más allá de su comodidad y aborrecen a todo aquel que los desacomode de su zona de confort y juzgan por apariencias; de este modo, olvidan que los venezolanos no se libran de ser humanos y que algunos puedan ser ladrones e incluso asesinos, pero como cualquier colombiano o chileno o argentino lo puede ser, la nacionalidad no tacha ni engrandece a nadie, puesto que nadie decidió nacer en determinado lugar, fue simple accidente o azar.
Me parece que, aunque muchos sean conscientes de la situación de Venezuela y de Colombia; otros, por el contrario, ignoran y se comportan indiferentes ante la problemática, haciéndola más difícil y grande, ya que el no conocer los acontecimientos nos hace rechazar exactamente eso que no conocemos, ¿estaremos dispuestos, entonces, a ponernos en los zapatos del otro? ¿Podremos llegar a tratarlos como no-extranjeros? Yo creería que si ahondamos un poco en el problema de los últimos años de Venezuela podremos entender mejor a nuestros no-extranjeros, solo basta con repasar un poco las decisiones de los funcionarios “públicos”, pero eso tal vez es otro tema.
* Estudiante, Instituto de Filosofía, Universidad de Antioqui