Los antioqueños como el resto de colombianos, en mayoría mestizos, somos testigos del racismo que impera en la sociedad, y que se hace presencia incluso en la mesa y en la vida familiar, a través de comentarios, historias y chistes. “La hija de fulanito se botó”, era un comentario muy frecuente cuando se trataba de expresar la desaprobación del matrimonio interracial o interclasista, manifestado en los apellidos de los contrayentes.

En Colombia, los blancos que descienden de los españoles, ya de por sí amestizados desde antes de América, discriminan por su color a los mestizos, negros e indígenas; los mestizos a los subsiguientes; y así sucesivamente. Los indígenas, originarios de este continente han sido discriminados y maltratados por todos, y el país no tiene todavía para ellos un plan especial de reparación histórica, solo buenas intenciones. Jorge Eliecer Gaitán, el gran líder popular, asesinado en 1948, era odiado y denigrado con el calificativo de “indio” por las mismas oligarquías que auparon su muerte.

Sin embargo, el racismo íntimo, personal, por lo tapado e hipócrita, solo se reconoce entre amigos, y hasta la gente progresista piensa que es inmune al respecto.

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Carlos Marx le escribe a Federico Engels desde Londres el 30 de julio de 1862, quejándose de sus problemas cotidianos con el carnicero, el panadero, el vendedor de té, el verdulero, y “otros hijos del demonio”; y en especial de Ferdinand Lassalle (1825-1864), un judío alemán, al igual que Marx, abogado, filósofo y activista político socialista.

Sobre Lassalle, Marx escribe: “El negro judío Lassalle que, me alegra decirlo, se va al final de esta semana, ha perdido felizmente (Schadenfreude es la palabra alemana que significa alegrarse del mal ajeno) otros 5.000 táleros (moneda de plata) en una especulación mal concebida. El tipo prefirió tirar dinero por el desagüe que prestarlo a un ‘amigo’, a pesar de que su interés y capital estaban garantizados”. A Lassalle le iba bien con el ejercicio del derecho.

Lassalle se rehusó a prestarle al “amigo”, es decir al propio Marx. Nada raro, dadas las dificultades económicas que lo acompañaron, y que Marx trataba de solucionar con la generosidad de su amigo rico y revolucionario, F. Engels.

Marx malhumorado continúa: “el muchacho ha desperdiciado mi tiempo y, lo que es más, el tonto opinó que, puesto que yo no estaba ocupado en ningún ‘negocio’ en este momento, sino simplemente en un ‘trabajo teórico’, podía matar el tiempo con él”. Seguramente, Marx estaba luchando con las notas y apuntes que se convertirían en el primer volumen de El Capital, en septiembre de 1867, y que cumple 150 años de publicado.

Su indignación va creciendo, Lassalle “tuvo la insolencia de preguntarme si estaría dispuesto a entregar a una de mis hijas a la Hatzfeldt como ‘compañía’ (companion), y que él mismo me aseguraría el patrocinio de Gerstenberg”. Este último pudo haber sido un judío rico, mientras la condesa Hatzfeldt le pagaba una pensión anual a Lassalle por sus servicios legales.

Es tanta la mala leche con Lassalle que el lector llega a a sentir un poco de Schadenfreude a costillas de Marx, que no durará mucho con la frustración que sentirá a continuación ante un Marx desconocido para una gran mayoría.

Marx no demora en sacar sus cuchillos reflejando tonos racistas y rencorosos: “Ahora me resulta evidente –dada la forma de su cabeza y la manera como le crece el cabello- que Lassalle desciende de los negros que acompañaban a Moisés huyendo de Egipto (a menos que su madre o su abuela paterna se cruzaran con un negro). Ahora bien, esta mezcla de judaísmo y germanidad, por una parte, y la base negroide, por otra, debe inevitablemente dar lugar a un producto peculiar”.

Y como posdata para Engels, termina diciéndole: “Si hubieras estado aquí solo por un día o dos, habrías podido tener suficiente material para reírte durante un año entero (de los grandes descubrimientos de nuestro negro). Por eso estaba tan ansioso por tenerte aquí. Uno no tiene una oportunidad como esta todos los días” (https://goo.gl/1nBSiE).

Lassalle terminaría alejándose de Marx, renunciaría a la revolución violenta y se convertiría en un abanderado de la reforma social. Lassalle terminó su vida en un duelo por una mujer.

Lo más probable es que Marx no aspiraba a que sus cartas personales se conocieran en el futuro, pero al convertirse en un profeta, que inspiró un largo período revolucionario en el siglo XX, hizo que todos sus escritos fueran archivados y conservados.

Pero, no se trata de someter a Marx al escarnio, ni tampoco de cuestionar, sobre sus defectos personales, su sistema teórico de la economía capitalista, construido en medio de las mayores dificultades y con una tenacidad que pocos tienen. Por supuesto, el sistema teórico marxista tiene grandes fallas, pero también hay que decir que ha logrado sobrevivir al paso del tiempo y a muchas de las críticas. Sin embargo, y dado lo dicho, para no inducir el error en el lector, puedo repetir con Marx: “Yo no soy Marxista”.

En fin, se trata de reflexionar sobre un mal que como el racismo afecta a la humanidad entera, y que nos separa a todos, mientras los verdaderos supremacistas se reparten el mundo y sus recursos, azuzando guerras y conflictos sobre las diferencias nacionales y raciales para su propios fines económicos y políticos.

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El racismo no es solo una ideología, sino algo más profundo, encarnado, y que es necesario eliminar, no de golpe porque es imposible, sino en un largo proceso de educación y oportunidades para todos.