Con el Amazonas como gran autopista para trasladar la droga, las mafias colombianas han cruzado a su ribera derecha para instalar plantaciones de coca.
Enclavada en el corazón de la Amazonía, la triple frontera entre Colombia, Perú y Brasil es un vasto territorio de selva que no se libra del narcotráfico, pues allí se unen los dos mayores productores mundiales de cocaína con el mayor consumidor de Latinoamérica y principal trampolín para la droga que llega a Europa.
Con el colosal Amazonas, el río más caudaloso del mundo, como gran autopista para trasladar la droga, las mafias colombianas han cruzado a su ribera derecha para instalar plantaciones de coca en comunidades de indígenas peruanos de la etnia ticuna.
Los cultivos ilícitos proliferaron tan rápido que las autoridades locales estiman entre 10.000 y 15.000 hectáreas de cocales en la provincia Mariscal Ramón Castilla, de la región Loreto, fronteriza con Colombia y Brasil, cuando la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc) reportó el pasado año solo 370 hectáreas.
Conscientes de que Perú sólo tiene una quincena de agentes antidrogas para un área de 37.000 kilómetros cuadrados, los narcotraficantes plantan la coca a pocos kilómetros de la frontera y la convierten en pasta básica de cocaína para ahorrarse su traslado desde zonas más lejanas, y así tener más réditos por una mercancía que, al otro lado del río, aumenta de valor exponencialmente.
"El kilo de pasta básica vale unos 300 dólares en Perú, pero sube a 2.000 si llega a Leticia (Colombia) y a 3.000 si allí cruza la calle que la separa de Tabatinga (Brasil)", contó el jefe de investigaciones de la División de Operaciones Especiales Antidrogas (Divoead) de la Policía de Perú en Loreto, Renzo Rodríguez.
La Policía peruana destruyó 25 "laboratorios" de pasta básica de cocaína cerca de la triple frontera desde que comenzó el año, y ya tiene identificados por sus alias a 18 narcotraficantes colombianos que actúan de cabecillas en la zona.
"Es una zona muy pobre. Los campesinos son empleados por los narcotraficantes para producir la coca y llevarla a los laboratorios que ellos mismos crean", explicó Rodríguez.
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El teniente Augusto Bartens, jefe antidrogas de la Policía en Caballococha, capital de la provincia Mariscal Ramón Castilla, lamentó que no dispone de embarcaciones adecuadas ni personal suficiente para hacer operativos, y aseguró que sus agentes son hostigados cuando ingresan a los caseríos de cocaleros.
A ello se suma que hace más de un año que la Policía no hace operativos para erradicar cultivos, por lo que la única institución que actualmente intenta frenar el avance de la coca es la estatal Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida), mediante la promoción de cultivos alternativos como el cacao.
"Había que pensarlo dos veces para venir a esta zona", dijo Haroldo Linares, coordinador de Devida en Caballococha, cuyos técnicos reveló que han sido amenazados de muerte por colombianos.
El ingeniero señaló que los cultivos de coca "están por todas partes" y advirtió que el 70 % de las 15.600 hectáreas que fueron erradicadas entre 2014 y 2016 fueron sembradas de nuevo, mientras que en otras zonas ya se ven rebrotes.
La mayoría son pequeñas parcelas de coca, a veces ocultas con otras plantaciones como la yuca, cuyas hojas se venden directamente a los narcotraficantes, pero estos también cuentan con parcelas de entre diez y 20 hectáreas, resguardadas con hombres armados, donde pagan a los indígenas hasta 100 soles por día, explicó Linares.
En algo más de dos años, Devida pudo convencer a 322 familias para que se comprometan a sembrar una hectárea de cacao, pero la mayoría de cocaleros, gran parte de ellos indígenas, son reacios a abandonar la coca porque las ganancias son altas y rápidas.
Entre los campesinos que este año aceptaron a sembrar cacao está Danitza Coelho, del caserío de Cushillococha, quien argumentó que prefiere tener algo lícito para evitar quedarse sin nada si vuelven las erradicaciones a la zona.
Junto a sus plantas de cacao listas para ser trasplantadas lucen más vivos que nunca tallos de coca rebrotados tras la última erradicación, símbolo de lo arraigado y difícil que será liberar del narcotráfico a las tres fronteras de Brasil, Colombia y Perú.