las condiciones motivadoras para unos y otros se mantienen y hasta se han vuelto más dignas de ser defendidas por cada bando
Las especulaciones, rumores, variables, encuestas, alianzas, coaliciones y pronósticos alrededor de lo que puede ocurrir en las elecciones del próximo año están a la orden del día, y cada quien, con razones valederas o no, las considera su única verdad.
Por eso, al menos en el imaginario colectivo, ya han sido designados para el nuevo período presidencial los cinco precandidatos de Uribe, los integrantes del trío dinámico y locuaz, el ex vicepresidente de la república, el candidato único del liberalismo, el corrupto exjefe del ministerio público, la repitente vocera de las fuerzas conservadoras, el cuestionado exalcalde de Bogotá, la fanática religiosa y pare de contar porque los otros no cuentan.
Hay sin embargo una verdad irrefutable, confirmada por la todavía reciente jornada electoral del plebiscito, que será, quiérase o no, el factor determinante de la contienda electoral que tendrá su primera definición el 27 de mayo: El país está irremediablemente dividido entre buenos y malos, entre guerreristas y pacificadores, entre uribistas y santistas.
Fueron doce millones los que protocolizaron tan azarosa división, y serán ellos de nuevo, más otros dos o tres millones de compatriotas que irán a las urnas, los encargados de decidir el futuro de una de las naciones más inequitativas del mundo.
La anterior cifra se menciona al tener en cuenta que en los últimos tiempos en Colombia, la abstención se ha mantenido alrededor de un cincuenta o sesenta por ciento, y que loa habilitados para acudir a las urnas serán 35 millones de ciudadanos en el 2018.
No han variado mucho las condiciones como para afirmar que la mitad de los negativos de octubre han dejado la verraquera con que entonces salieron a votar, o que la otra mitad esté satisfecha porque su voto afirmativo valió la pena y ya la paz es estable y duradera.
Lea también: El general en su laberinto
Por el contrario, las condiciones motivadoras para unos y otros se mantienen y hasta se han vuelto más dignas de ser defendidas por cada bando, así que pensar por ahora en promesas y más promesas que al final nadie cumple, resulta una utopía. Es una desgracia que eso sea así pero es la realidad que se tiene.
Ahora, y a manera de especulación, ¿de dónde saldrán entonces los votos para que el grupo del no alcance a pasar más de un candidato a la segunda vuelta? Porque alianza entre Uribe –el gran elector– y Vargas Lleras - el de las maquinarias, es seguro que no habrá antes del 27 de mayo. Queda entonces por establecer cuál será el otro bando que avance para la segunda y definitiva confrontación.,
Ese segundo grupo se alimentará de los del sí, deseosos de la paz unos; anti uribistas furibundos otros, y el resto menos recalcitrantes, pero que por ningún motivo van a cambiar de la noche a la mañana la posición asumida en la jornada del plebiscito, más independientes, indecisos y algunos que apenas estrenarán su cédula ese día.
En el espectro electoral quedarán otros segmentos importantes no definitorios por ellos mismos, pero sí con una cantidad de sufragios que pueden incidir a la hora de la verdad e inclinar la balanza hacia alguno de los dos bloques que pasen en primera instancia.
Puede interesarle: Al que le caiga el guante
Esos votos son los de Gustavo Petro, Piedad Córdoba, Humberto de La Calle si antes no se alía con alguien, y los de las propias guerrillas que dejaron las armas pero no las letras que los identifican y hacer recordar a los colombianos su pasado nada edificante.
Lo escrito no es más que una opinión vertida para demostrar, quizá equivocadamente, que el 27 de mayo no habrá cinco o seis millones para Uribe y otra cantidad similar para Vargas, como algunos están vaticinando el desenlace. Este será apenas en la segunda vuelta, otra vez entre los del sí y los del no. ¿Nombres? Ahí sí que entre el diablo y escoja.
Lo otro cierto y hasta ahora no desmentido, es que Uribe seguirá siendo en números el primer gran elector, y no parece lógico que haya tenido que resucitar a un Lázaro para entregarle todo su capital en la más importante de las partidas.