"¿Pueden la matanza y el uso del terror contra la población civil disfrazarse indefinidamente en una supuesta causa política?"
Repasar de nuevo la prodigiosa novela de Cormac McCarthy es sentirse implicado en un vértigo de desaforada violencia, ubicado en esos territorios donde no es que la ley haya desaparecido si no que al ser borrada, la ausencia de autoridad permite que salga de las entrañas del llamado ser humano el rostro de la maldad absoluta.
Matar por matar, asesinar y violar a una niña de diez años, bailar y tocar el violín, hablar muchos idiomas y estar al tanto de lo que sucede en la sociedad civilizada podrían indicarnos la presencia de un ciudadano consciente de sus derechos y deberes, pero no, lo que el protagonista, el juez Holden representa, es lo contrario: la cuchillada que cercena la cabellera de un indio escuálido, el disparo que asesina sin cesar a cientos de campesinos, niños, mujeres en una despiadada demostración de insania, el terror resumido en una figura que intenta, a través de las matanzas, abolir hasta la más intangible presencia de los valores sociales. El juez con una cabeza monda sin cabello, sin cejas ni bigote, recorre los territorios fronterizos de México y Texas en compañía de su banda de asesinos, el llamado Grupo Glandon, dedicado a matar por matar, a pasar a cuchillo a todos aquellos a quienes consideraban aptos para el sacrificio por su inferioridad. Para Holden convertido en un remplazo de Dios en la Tierra hay dos actividades que lo satisfacen, tocar el violín y bailar. El territorio determinado por sus sangrientas andanzas se constituye en una selva sin leyes ni justicia ni Dios. Lo importante es la manera como McCarthy logra dar una perspectiva moral a la caída en el abismo de este personaje, o sea a la manera como la violencia vaciada de sentido logra convertirlo en un monstruo que desconoce el límite, el escrúpulo. Solamente el narrador de ficciones puede llevar a la culminación estética esta alucinante visión de lo que significan la violencia y el violento, gracias a su soberbia capacidad de convertir en simbólico lo que los llamados historiadores reducen a cifras acomodaticias.
Los soldados que después de la Guerra de los Mil días "se negaron a una paz pactada" convirtiéndose en cuadrillas de bandoleros, señala un proceso de desadaptación de terribles consecuencias cuyas secuelas se prolongan hasta hoy. Marx diferenció con claridad al revolucionario que lucha por lo que considera una causa justa, del forajido que hace de la tropelía su único objetivo. ¿Cuál es la diferencia entre la barbarie de los Paramilitares y la de las Farc? ¿Cuál es la diferencia entre la locura religiosa asesina de Isis y el mesianismo criminal del Eln? Lo importante en este caso consiste en señalar el momento en que abandonan la “causa política” y comienzan a aniquilar inocentes para enriquecerse. ¿Quiénes podrían emitir un juicio al respecto; los jueces que se amparan en una ley inventada o el clamor no escuchado de los sacrificados cuya venganza será inevitable? La presencia de los degollados, de los desplazados, pone en tela de juicio conceptos como Estado y como Iglesia cuestionados por quienes dejaron de ser ciudadanos, creyentes o sea abandonados a su suerte. ¿Quién determina entonces la anhelada reconciliación? ¿los políticos y sus intereses o los violentados a nombre de nada? ¿Pueden la matanza y el uso del terror contra la población civil disfrazarse indefinidamente en una supuesta causa política?