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Autor: Rafael Bravo
26 noviembre de 2017 - 12:06 AM

El día de Acción de Gracias debiera servir para celebrar la diversidad y el cambio demográfico con todas las bondades y beneficios que trae

La tradicional celebración de Acción de Gracias en los Estados Unidos donde confluyen en una mesa los símbolos de familia, unión y gratitud se vio empañada por las acciones silenciosas en contra de la comunidad inmigrante. La visión trumpiana de cerrar fronteras, reducir el número de extranjeros residiendo en el país de manera legal e indocumentada y dando por terminados programas como el Status de Protección Temporal- TPS, comienza a tomar forma sin que haya necesidad de construir muros de 2.000 millas de extensión.

A través de distintas agencias y programas federales, los funcionarios que tienen a su cargo funciones migratorias vienen haciendo uso de su autoridad armando una muralla burocrática más efectiva que una de concreto. Con el apoyo de la administración en cabeza del fiscal general Sessions, el poderoso Departamento de Seguridad Interna  ha disminuido drásticamente el número de refugiados, las deportaciones han aumentado y se anuncia la terminación de residencia temporal a más de medio millón de inmigrantes.

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El TPS se acaba para los más de 60.000 haitianos que emigraron por el devastador terremoto de 2010, para los 2.500 nicaragüenses que llevan cerca de 20 años y en vilo están 250.000 familias de hondureños y salvadoreños que lograron protección temporal huyendo de sus países azotados por fenómenos naturales o la violencia. Todos ellos tienen trabajo, viviendas y activos conseguidos con esfuerzo y respeto por la ley. Ahora deberán salir simplemente por una decisión administrativa que cuenta con el respaldo del Presidente y Secretario de Justicia. Apelación a los infiernos.

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Hace apenas un mes Sessions fue muy claro en advertir que ‘’por décadas los norteamericanos han venido rogando y pidiéndole a los funcionarios de elección popular para que haya un sistema de inmigración legítimo y responda a los intereses nacionales. Ahora tenemos un presidente que apoya esas ideas’’. Enfrentamos un retroceso en materia migratoria, en un intento por redefinir demográficamente a los Estados Unidos. Volver a las políticas represivas anteriores a los sesenta cuando era muy difícil emigrar a los Estados Unidos.

El círculo cercano a Trump quiere a toda costa escudriñar cuanto programa, oportunidad o margen de maniobra legal para ponerle trabas al ingreso de extranjeros y sacar a cualquier costo a los ‘’ilegales’’. La extrema derecha republicana aliada con Trump busca cortar a la mitad la cantidad de visas de residente. De un millón pasar a 500.000. Darle prioridad a aquellos que muestren destrezas académicas y laborales en lugar de lazos familiares. De acuerdo con el Instituto de Política Migratoria de la Universidad de Nueva York, 350.000 personas que reciben “green cards” son cónyuges e hijos de residentes permanentes.

Amparado en su base de votantes, Trump y sus más fervientes seguidores piensan ingenuamente que será posible cambiar lo inevitable: que la transformación étnica y racial de las últimas décadas muestra que para el 2020, las minorías serán la mitad de los habitantes menores de 18 años. Y que para 2026 la proporción de nativos o “blancos” comienza a declinar, pues las muertes superarán a los nacimientos. “Se puede ralentizar la migración latina y asiática pero ello no hará más blanco al resto”.

Uno de los valores de la  comunidad inmigrante es el apego ancestral a la familia, que los hace más unidos y agradecidos con la tierra que los acoge. Una y otra vez demuestran una ética al trabajo que es la envidia de nativos y afros acostumbrados a las ayudas de gobierno. El día de Acción de Gracias debiera servir para celebrar la diversidad y el cambio demográfico con todas las bondades y beneficios que trae. Lastimosamente, cientos de miles de familias de inmigrantes no tienen mucho que festejar en esta ocasión.

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