Penden sobre el médico enormes limitaciones, y no están tanto en su formación, que generalmente es de gran pertinencia científica y propiamente clínica, están en el ejercicio profesional.
Basándose en su propia experiencia clínica, enfrentado a problemas derivados de la pérdida de la propia salud y cautivado por las medicinas alternativas un tío médico, ginecólogo y profesor de la única Facultad de Medicina de la ciudad en su momento, en un programa de televisión afirmo que la medicina no era una ciencia estricta y que se acercaba más al arte. No creo que Hipócrates se atreviera a descalificar esa opinión pues su adscripción al principio de beneficencia incluyó la prudencia y la observación cuidadosa antes de emitir juicios. Y al sabio de Cos le cabe además el mérito de la orientación de la misma medicina en un horizonte fundamental, alejándola de dietistas y teúrgos y hasta de los propios filósofos; se sabe que fue muy cauto y se basó en la idea de que los seres humanos tenemos nuestra propia capacidad de curarnos. Pero el tío del cuento sí fue tratado con dureza por quien presidía la Academia de Medicina de Antioquia en su momento, que se preciaba de ser científico e impulsar la tolerancia, pero promovió acciones para expulsarlo de ella y lo logró.
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No es cosa del otro mundo que los médicos tengan dificultad para diagnosticarse con éxito a sí mismos y también es parte de la condición humana que un adalid de la tolerancia practique con fiereza todo lo contrario de lo que predica. Pero no son esos extremos lo que quiero comentar sino el estado lamentable del ejercicio de la profesión del médico general, que no puede practicarla ni como arte ni como ciencia. Aunque su formación tiene un sólido componente científico y el ejercicio sí tiene que ver con el arte, pero del trapecio y del malabarista.
Desde la perspectiva de uno como paciente, en una consulta general, al entrar encuentra el medico sentado detrás de un escritorio frente a una pantalla de computador, ordena que nos sentemos, sin levantar la mirada nos interpela ¿qué lo trae por aquí?, al referir la dolencia, el medico digita, en un listado de síntomas, las respuestas positivas o negativas dadas, el sistema clasifica los síntomas y emite los posibles diagnósticos.
Pero eso no es nada, el paciente ya es un número, el médico un asalariado que debe ocupar los minutos de la consulta en llenar el formato y sólo pasados los primero diez minutos sí puede ver al posible cliente, que no es suyo, lo es de una entidad. Lejos están los tiempos de los médicos familiares y muy cercanos y abrumándonos los del desarrollo de una de las industrias más diestras en dos cosas: investigación científica que soslayan o archivan y lobby político en el cual son diestras y hasta macabras. Del seno mismo de la industria han salido los expertos que la sindican de no aliviar sino de perpetuar la enfermedad. Actúan esas industrias como los productores de lubricantes de alta calidad que son socios de los productores de motores y no sacan al mercado los buenos productos pues les daña el negocio de producir motores y repuestos.
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Penden sobre el médico enormes limitaciones, y no están tanto en su formación, que generalmente es de gran pertinencia científica y propiamente clínica, están en el ejercicio profesional que lo ha deshumanizado y después de largos años de formación tiene que someterse a salarios exiguos y a ser parte de una maquinaria que lo pone en situación enojosa de solo prescribir analgésicos y remitir a sus pacientes a un entramado de especialistas, dilaciones, ayudas diagnósticas que más parecen un suplicio que un camino para reencontrase con la anhelada salud.