Aquí se entregan algunas de relieve y con méritos, pero también hay muchas medallas de lata.
Desde que circuló la noticia de que el Congreso de la República entregaría al estilista Norberto Muñoz Burgos, más conocido en el mundo de la peluquería como Norberto, una de las más altas y encopetadas condecoraciones que se imponen en el país (Orden de Caballero), arreciaron las críticas. Resulta que la senadora Rosmery Martínez, del partido Cambio Radical, clienta fiel e inamovible de Norberto, fue la encargada de promover el reconocimiento so pretexto de que este personaje tiene más de cincuenta años de trabajo en su profesión. En efecto, el 25 de julio se llevó a efecto la condecoración, por su perseverante labor en el sector de la moda y la belleza en un marco forzado y con cierto repudio de no pocos parlamentarios.
Vamos en primer lugar a este referente: en julio de 2008, el presidente de la Cámara –Germán Varón Cotrino– se hizo notar al hacer p“en el Congreso se tramitan muchas condecoraciones innecesarias y eso le quita dignidad a la Corporación”. úblicas declaraciones en el sentido de que “en el Congreso se tramitan muchas condecoraciones innecesarias y eso le quita dignidad a la Corporación”. Y comentó que en el 2007 se habían aprobado más de 300 condecoraciones. Algo estrambótico, de veras. Y recordó, que tenía sentido que cursara un proyecto de ley en el propósito de restringir las condecoraciones, valga decir, volverlas algo excepcional y de importante calado. En efecto, fue él mismo quien propuso que solo fuera posible llevar a cabo homenajes, previo acuerdo entre las bancadas.
Es de la esencia de la lisonja, congratular colegios, pueblos y personajes de la región. Con la frecuente lagartería se quiso acabar, sin éxito. No puede ser que en el año 2008 se entregaron en el Senado, cinco distinciones per capita, no obstante el “cupo” de cada congresista era de máximo tres. Vergonzoso. Parte de ese proyecto de ley, que fue hundido, era que no había atribuciones para asignar partidas para óleos, bustos, publicaciones y homenajes. En lo variopinto de las condecoraciones, están: la Orden de la Democracia Simón Bolívar, que tiene varios grados (se entregan unas 200). Ésta, tiene otra categoría que es El Pergamino, que se divide en mociones de reconocimiento y de duelo (se entregan unas 70). Existe La Gran Cruz Extraordinaria con Placa de Oro y la Gran Cruz con Placa de Oro; la Orden del Congreso en grado de Caballero, y la Orden del Congreso en grado de Comendador. También hay una mención de reconocimiento.
Hace aproximadamente un año, se conoció la noticia de que un periodista ofrecía en venta la condecoración Simón Bolivar, que se entrega en la Cámara de Representantes, para personas o instituciones que exhiban un trabajo en beneficio del país. El personajillo se llama Uldarico Cuéllar y se presentaba como intermediario de un congresista que tenía el rol de impulsar el homenaje. La propia Cámara fue la encargada de denunciar al avieso “vendedor de condecoraciones”. En un país de tanta corruptela, esta es una simple anécdota.
Lea sobre incoherencias del Congreso:
Norberto, “el señor manos de tijera” es sin duda el peluquero más famoso de Colombia. Tiene una sede gigante en Bogotá y es oriundo de Medellín. Les da trabajo a 150 personas en su sede que tiene varios pisos y afirma que los libros le parecen aburridísimos. Es un tipo exótico y ególatra pues asevera que compra ropa normal, pero que la finura se la da su efigie. El hermano de la senadora Rosmery Martínez, Emilio, fue presidente de la Cámara y era experto en imponer condecoraciones. Hasta un vendedor de lechona en la Plaza de El Espinal (Tolima) recibió las mieles de una Orden de categoría. Es un mal de familia…
Como dice Édgar Artunduaga, Norberto no tiene la culpa de la condecoración. Aquí se entregan algunas de relieve y con méritos, pero también hay muchas medallas de lata. Y, con todo respeto, entregarle a este estilista semejante trofeo de primer nivel es un despropósito, cuando hay gente tan ensalzable Pero bueno, hay tiempo hasta para la superficialidad política. Toda una medalla de lata.