El Poeta y cineasta Gabriel Jaime Caro (Medellín, 1950) habla de su obra, a propósito de la reciente publicación de su nuevo libro Neobarroco.
¿En qué momento es consciente de que comienza a devenir como poeta?
Sentado en el muro, haciendo acto de fe con la florida. Un ser político (enamorado del deseo) que llegó al impulso del radical (pacifista). Una falta de conceptos liberales. Y entonces llegó el momento de la revista Siglótica con Eduardo Peláez, y de la revista El Otro de León Zuleta. Casi me muero de desamor, con mi corazón manso. Yo vi morir a mi padre, y mi primer poema tuvo su pronta aprobación, desde el mismo círculo del infierno.
Dos o tres películas: Teorema, Women in love, Woodstock, dos o tres libros: El libro de los muertos, El hombre aproximativo de Tristan Tzara, El bosque de la noche de Djuna Barnes, por ejemplo te pueden ayudar a dar ese salto cualitativo que te acerca a la felicidad del creador. En ese nuevo transcurrir de la soledad, se superan los momentos empastelados y mohosos de la tradición judeocristiana. Pero, rosacrucista, oh, viejos amigos, de la primera educación.
Pero es cuando te sientes completamente solo (feliz) (inmanencia de horas ganadas con las meditaciones de las seducciones), el sin par, que te ilumina con el espíritu inmanente (cósmico, que vemos como un Ovni), y escogido con esa luz, te lleva irrevocablemente a ser un poeta de oficio, y pensador sensualista (no necesariamente gay). Claro, que esto es una decepción para todo el círculo familiar, que cuando lee mis primeros versos, se desencantan, porque no tiene ni pío de El duelo del mayoral o, de Patria te adoro en mi silencio mundo, de mi pariente lejano Miguel A. Caro, por ejemplo. Pero no saben, que no han pisado hasta ese momento el mundo de la poesía - con la excepción de mi madre (musa apacible de filósofos antioqueños del veinte, y mi hermano mayor)-. Soy hijo de Barba Jacob, porque he recorrido algunos sitios impregnados de locura y semen azul y semen rosado del gitano don Hacha. Un desamor dramático, dije, me elevó a la nube más alta del pensamiento, según Friedrich Nietzsche (nietzscheano cercano al aforismo).
Nombrar un libro siempre es una verdadera prueba con uno mismo, con lo que quiere hacer y decir: ¿cómo halló los títulos de El libro de los seres inútiles (1989) y Hasta el sol de hoy (2003)?
Cuando supuestamente era un monstruo (y recordemos mi primer título: El portero de los monstruos), por allá en 1976, pero un monstruo de ternuras, porque monstruos como minotauros ya no existían, me lo decía el anarquista Pessoa; surgía esa escritura babélica, teatral, que daba muestras de haber intentando el teatro primero que el soliloquio de escribir solo verbos.
Y otro poeta me decía que por el solo hecho de intentar solo la poesía (Franco, sin mal no recuerdo), era la persona más inútil del mundo, pero con cierto desprecio, para descalificarme como ser productivo de por vida. Demás decir que la esquizofrenia adorable que andaba por las calles largas de Medellín, por aquellos años setenta, encontró en este ser parmenidiano, a un sicoanalista de muy buena relación, y ya, claro, mi éxito personal me llevó ileso y libre a los Estados Unidos en 1982.
Y caminando por esas calles, alrededor del parque de Los Monoicos, que hoy prevalece como escenario de mis dichas, con mi primer maestro Carlos Alabes o Lucas Ibáñez (E.P.), Carlos Enrique Ortiz, Elmer Restrepo (el marquetero surrealista), Alberto Rodríguez, Gustavo Adolfo Garcés (mi primer editor), Alberto Vélez, Darío Acevedo, Rocío Pineda, Vicky Paz, Margarita Cardona, Carlos Vásquez, Alejandro Henao, Óscar González, con sus primeros textos surrealistas; Javier Naranjo, Carlos Bedoya, John Jaime Sosa, Juan Manuel Roca. Luego en New Yor, Alonso Mejía, Jesús B. Comas, José Kozer, León Félix Batista, Noel Jardines, León Felipe Larrea, Félix Rizo, Anabel Torres.
Con esos neoyorkinos hice primero 21 poemas (1983), con la edición un poco ambigua del poeta Harold Alvarado Tenorio, y la mano amiga de mi hermano Emilio Caro. Y gracias a mi maldita y hermosa meditación de recoger las críticas de mis amigos hice El libro de los seres inútiles.
La risa de Demóstenes, rara, aquellos poemas sueltos, cariciosos como mándalas, aquí y allá, provocaron el terremoto de México de 1985, ya que toda su edición quedó sepultada, cuando me disponía a ser famoso (la fama corredora). Por Dios que hubiera pasado, me hubiera asesinado Adolfo Castañón.
Hasta el sol hoy, poemas reunidos, incluyendo mis Cantos ditirámbicos, es un asunto de la maestría en saber llevar a mis amigos con el zumbido de la envidia (con una dedicatoria lapidaria), y con sus consejos artísticos, y como no he llegado a ser ajeno a ello, por el solo hecho de ser un poeta muy particular en sus denominaciones. Acepto que me bauticen el último libro Hasta el sol… Inaprensivo para la academia en todas sus manifestaciones. Porque un buen libro está por delante del tiempo (Lobo Antunes).
Cuando se hace un libro, se quiere que haya un lector: ¿Qué lector quiere encontrar?
Para los escritores más famosos, es al bolsillo al que se le escribe, ¿pero a quién le escribía el peruano Carlos Castaneda? A los brujos, por supuesto, corridos por el peyote de las tierras calientes. Al último sacerdote de Tajin, al inca contemporáneo de imperios romanos.
Mis lectores han llegado por el simple hecho de repetir hasta la saciedad (sic) muchos de mis poemas, dictados por la imposibilidad de la interconexión entre seres abandonados por la suerte, y la supuesta musa estrábica. Si a ellos que poco entienden me dirijo a diario, están llevados a un problema de no poder disfrutar el barroco en sus neoorígenes (contradicción superada) y de su trascendencia (entre filosofía y poesía).
Lástima que no existe un lector para el neobarroco de Eduardo Espina, Nestor Perlongher, José Kozer y León Félix Batista (cuando te encuentras con enemigos de la metáfora, por lo abundante y enceguecedora, y los que son hijos propiamente tal de ella; ambos son re in conciliables en la revista TSE TSE de Argentina. Y aunque me salga de la pregunta; Cuantos pretonianos existen ahora, cobijados por el poder que no excitan su imaginación por miedo a perderlo todo. Mejor tener el lector de Lezama Lima, que cada día crece, no importa que sea médico como Empédocles o científico neurológico de laboratorio como el gran Herman Moreno (lezamista).
¿Cuáles son sus metódicas para escribir?
Me viene a la cabeza el texto escrito por Jack Kerouac, llamado La escritura sagrada de la dorada eternidad, que escribió por sugerencia del poeta Gary Snyder, como un primer sutra, en 1960. ¿No es esto maravilloso? Porque esplendoroso es el texto recomendado (el eterno retorno), y que disciplina el del poeta Kerouac, para dar una respuesta a estos saltos continuos del pensar, y sobre todo del pensar místico y poético, y libre de ataduras.
La revelación del instante continuo es un hecho que reverbera en la simulación, entre versos de notable aprendizaje, entre pretendidas historias que teje y desteje el templo barroco y armónico del cuarto trasplantado de Sor Juana Inés de la Cruz, por el cristal de murano de nuestra demencia-elixir.
Me gustan las alegorías herméticas. Peleo por ellas aunque un ocio imperceptible te diluya el siguiente paso. Creo comunicarme con los dioses cuando el grupo que se forja discontinuo, lo solicita. Se forma como una piel de animal ante los fracasos cantados institucionalmente.
¿Qué papel e importancia le concede al análisis y a la crítica literaria?
Es una perfecta elección, de la que quisiera ser participe, y así abandonar la critica de cine, que a veces la ejercen los mas estúpidos lectores.