Han decidido ubicar en salones diferentes a los niños y a las niñas con la premisa de que así se mejora el aprendizaje. A esto le llaman “educación diferenciada”.
Por: Natalia Linares Valderrama*
Motivados por el afán de mejorar resultados en las pruebas externas, muchos colegios toman decisiones que a mediano y largo plazo tienen efectos adversos, e incluso perversos, en la formación ciudadana de los estudiantes y de la comunidad en general.
Un ejemplo de esto son los cientos de escuelas a lo largo del país (y del mundo) que han decidido ubicar en salones diferentes a los niños y a las niñas con la premisa de que así se mejora el aprendizaje. A esto le llaman “educación diferenciada”. Sus partidarios se basan en las “disparidades cognitivas” entre los sexos, pues algunos estudios muestran que existen diferencias biológicas, tanto hormonales como neurológicas, entre el cerebro medio del hombre y de la mujer. Adicionalmente argumentan que factores como la atención y la concentración mejoran en las aulas separadas.
No voy a discutir aquí el asunto biológico porque a mi modo de ver no es la nuez del asunto. Hace mucho tiempo sabemos que los seres humanos estamos constituidos por un conjunto de factores sociales, psicológicos, históricos y culturales que van mucho más allá de lo que indica la biología. Es decir, no estamos determinados por lo que nuestros genes y hormonas dicen.
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La educación separada por sexos les quita a los estudiantes la posibilidad de desarrollar capacidades para vivir en la sociedad real en la que hombres y mujeres interactuamos todo el tiempo. La práctica de la solidaridad, la empatía, la cooperación, e incluso la amistad entre niños y niñas se reduce considerablemente en esta idea de escuela que segrega y limita.
Es evidente, según lo que han mostrado varias investigaciones recientes, que las niñas tienen peores puntajes que los niños en las pruebas estandarizadas, así lo confirman las investigadoras de la Universidad Javeriana Luz Karime Abadía y Gloria Bernal en su estudio Brechas de género en el rendimiento escolar a lo largo de la distribución de puntajes: evidencia pruebas Saber 11. Pero la solución a esto NO está en separar a los niños y a las niñas, sino en abordar los prejuicios que subyacen a estos resultados y que están presentes en todas las sociedades patriarcales como la nuestra.
Si por ejemplo los maestros de matemáticas y ciencias estimulan por igual a las niñas que a los niños, si dejan de pensar que ellas tienen menos habilidades que ellos, si confían en las capacidades de las chicas y les transmiten esa confianza, esta historia puede empezar a cambiar. Así mismo, hay que ver con ojo crítico el currículo oculto, pues no se trata solo de lo que pasa dentro de las aulas, sino también de lo que sucede en los patios de juego, de lo que ocurre en las horas de descanso, de los preceptos de los manuales de convivencia, etc., todos ellos espacios cargados de creencias que validan la desigualdad de género. Por su parte, las familias también tienen mucho por hacer al respecto con cosas sencillas como, por ejemplo, elegir regalarles legos en lugar de muñecas a sus hijas y valorar su inteligencia más que su belleza.
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Universidades de reconocida trayectoria mundial como Harvard y Cambridge han reconocido que la diversidad es un factor que potencia el aprendizaje, por eso tienen departamentos específicos encargados de seleccionar a jóvenes, hombres y mujeres, de diferentes partes del mundo, pues saben que en ese intercambio de culturas, saberes, experiencias y visiones del mundo se enriquecen y se multiplican los aprendizajes.
Si queremos tener una generación de hombres que reconozcan que las mujeres son iguales a ellos en Dignidad y Derechos, con D mayúscula, si queremos acabar con los feminicidios, si queremos construir una sociedad más justa, es fundamental que en las escuelas se propicien espacios para la reflexión sobre los estereotipos de género que atraviesan las prácticas pedagógicas de las y los maestros, así como las decisiones institucionales que toman los directivos. No es tan complejo, se puede empezar, por ejemplo, por analizar junto con los estudiantes expresiones de la cultura popular como los chistes, refranes, canciones, comerciales de televisión, etc., para cuestionar sus mensajes sexistas y plantear preguntas sobre el lugar que les dan a las mujeres y a los hombres y el tipo de relaciones que fomentan. No hay disculpa ni razón para no hacerlo.
*Gerente del proyecto Comunidades de Aprendizaje en la Fundación Empresarios por la Educación, una organización de la sociedad civil que conecta sueños, proyectos, actores y recursos para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa.