El volante antioqueño anunció este viernes su retiro del fútbol al final de la temporada.
Mao Molina, uno de los más grandes ídolos del Independiente Medellín (para muchos el mayor), anunció este viernes en medio de lágrimas su retiro del fútbol profesional en diciembre, cuando finalice el semestre.
"Ya han sido muchas noches dando vueltas por el hecho de saber que me quedan dos o tres meses pudiendo hacer lo que más me gusta", expresó Mao en rueda de prensa, quien confirmó sin rodeos que tomó la decisión desde el comienzo del semestre luego del viaje del equipo a Argentina, y la reforzó por la situación que atraviesa actualmente en el equipo, donde ni siquiera en los momentos más apremiantes y con problemas de nómina pudo hacerse un lugar en la titular de Juan José Peláez.
"El fútbol me dio la oportunidad de cambiar la vida. Es el momento, llegó la hora, es justo para mí y para mi familia", dijo emotivamente el atacante zurdo de 37 años, quien agradeció a sus padres, a su esposa y a sus hijos, con quienes dijo tiene una deuda pendiente por su compañía y comprensión y que entiende que ahora es el momento de dedicarles más tiempo.
"No podría medir si fui exitoso o no, pero cumplí con el fútbol y conmigo mismo. Hice todo lo que quería y podía hacer", señaló Mao en un balance rápido, que se queda corto para lo que fue su carrera y todo lo que le regaló con su zurda prodigiosa y su amor amateur por el fútbol que no cesó aún después de dos décadas de actividad profesional.
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"Lo que más quería en la vida era volver al Medellín, jugar y ser campeón. Gracias a Dios lo logré", dijo en referencia a su esperado retorno que se dio finalmente en 2016 para ayudar al equipo a conseguir la esquiva estrella sexta y en la cual fue clave.
Mao no ahorró palabras de amor y respeto hacia el Medellín y su hinchada, una relación que desde que visitó la camiseta roja se hizo indisoluble y decisiva no solo en su vida sino también en su carrera.
Cerca de dejar las canchas, queda la sensación de que el fútbol siempre va a quedar en deuda con un jugador con talento inagotable y con la lealtad del niño que aún no debuta. Ambas cosas escasean. Pero en él, en el zurdo que lloraba en la cancha tras marcar un gol, el que enseñó a cobrar tiros libres a Neymar, el hombre capaz de un gol olímpico en un clásico, ambas cualidades estuvieron presentes desde el día que debutó en 1998 con Envigado, y permanecieron luego 700 partidos, 196 goles, once equipos, ocho países, seis títulos, decenas de distinciones y miles de jugadas que recuerdan por qué el fútbol es lo que es.