Magisterio del pensador libre

Autor: Darío Ruiz Gómez
9 enero de 2017 - 12:00 AM

Hace ochenta años, exactamente los años de mi edad, moría Don Miguel de Unamuno el gran pensador enfrentado, a las fuerzas que iban a establecer en España el dominio de una nueva ignorancia disfrazada de cruzada por la salvación de la tradición cristiana acechada, supuestamente, 

Hace ochenta años, exactamente los años de mi edad, moría Don Miguel de Unamuno el gran pensador enfrentado, a las fuerzas que iban a establecer en España el dominio de una nueva ignorancia disfrazada de cruzada por la salvación de la tradición cristiana acechada, supuestamente, tal como lo repetía el discurso oficial “por la masonería capitalista y por el comunismo ateo ” En este sentido fue significativo –hay siempre que volver a recordar- el enfrentamiento entre Millán Astray ,un militarote falangista, después de un acto en la rectoría de la Universidad de Salamanca donde Unamuno era rector. Al grito de “Viva la muerte muera la inteligencia” Millán Astray a quien le faltaba un brazo escupió en la cara al rector, mientras las escuadras falangistas con el brazo en alto respaldaban al militarote para quien la inteligencia suponía el más peligroso desafío a su fanatismo. Unamuno respondió a la agresión diciendo: “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitáis de algo que os falta en esta lucha: razón y derecho.” Hoy que vivimos entre alfabetos que propugnan porque la inteligencia se humille ante la barbarie, Unamuno nos recuerda la soledad de quien decidió no aceptar las normas que imponía el totalitarismo en esa encrucijada de caos y de terror en Europa, que supuso la muerte de la razón y la debacle de la cultura en el mortal período que va de la primera a la segunda guerra mundial con la consagración de un estado panóptico para el cual tanto la universidad como el pensamiento libre constituían un peligro. La foto de Unamuno con las manos atadas y vigilado por un pastor en Fuerteventura conmueve, tal como lo escribí en su momento, es la ilustración de los despropósitos de la fuerza bruta contra la capacidad de la imaginación para escapar de estas cárceles.

Primo de Rivera llegó a condenarlo a dieciséis años de cárcel por “injurioso” pero en 1931 al ser elegido como concejal proclama “la República de Salamanca” a la cual define como “una nueva era donde termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido”. Unamuno había recorrido la geografía española topándose con el olvido y la miseria, con las hambrunas crónicas y se había adentrado en el ethos pero también en el pathos de este crisol de razas definido por su estoicismo, definido en los versos de la juglaresca, en las raíces de los dramas populares, trasunto de una metafísica ungida a su condición de parias históricos, en la belleza del románico de Tierra de Campos, en el gótico burgalés ¿De dónde vino la dimensión de la precariedad existencial de Calderón, la palabra pegada a la víscera de Quevedo, la diáfana palabra de San Juan y de Santa Teresa? ¿Quién nombra a España bajo esta dimensión del sufrimiento hecho palabra, acaso las estadísticas de economistas y sociólogos? Unamuno afirmó esta poderosa tradición pero a la vez condenó los desvaríos a que conduce el folclorismo, recordando el destino y compromiso de España con Europa. El exilio fue el paso siguiente para cientos de intelectuales y de profesores que buscaron la universalidad de una España donde el progreso material debía estar acompañado del progreso moral. “No soy fascista ni bolchevique, soy un solitario” Se da siempre una directa relación entre causas y consecuencias en el empobrecimiento espiritual, envilecimiento y entontecimiento de una sociedad que se pliega sumisamente a la seguridad que supuestamente le da la imbecilidad, tal como, con ironía, lo señaló Unamuno.

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