Algunas de las últimas decisiones del Gobierno Venezolano son una estrategia oportunista para volver a poner a Colombia en los reflectores con la esperanza, cada vez más precaria, de mejorar su popularidad.
Como alumno aventajado del chavismo, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, no deja de mirar hacia Colombia cada vez que necesita una cortina de humo para ocultar la desastrosa situación de su país, que completa ya 48 días de protestas violentamente reprimidas y que han dejado, al menos, 43 personas muertas.
Tras los disturbios del martes en el estado Táchira, fronterizo con Colombia, el Gobierno de Venezuela anunció, primero, el arresto de “seis paramilitares colombianos” supuestamente contratados para atacar una base militar y, ayer, el desplazamiento de 2.000 soldados a la frontera, algo que el presidente Juan Manuel Santos calificó como positivo “si es para mejorar la seguridad”.
No creemos que haya una buena intención detrás de esa decisión. Lo que vemos es una estrategia oportunista del Gobierno Venezolano para volver a poner a Colombia en los reflectores con la esperanza, cada vez más precaria, de mejorar su popularidad o reducir la presión internacional que, por cierto, ayer llegó a la ONU, aunque todavía no con la fuerza que la dramática situación amerita.