Madurez y adolescencia eterna

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
30 marzo de 2017 - 12:09 AM

Hablamos de la democracia “más vieja” como si eso implicara consolidación

Todos parecen comprender de qué se trata cuando se utiliza la palabra madurez, pero es un problema real de individuos, instituciones y naciones. No puede afirmarse que seamos maduros por el simple paso del tiempo y hablamos de la democracia “más vieja” como si eso implicara consolidación. Sabemos que viejo no quiere decir maduro ni estable. Tampoco madurez es experiencia rígida o conocimiento intransigente. La inmadurez de las personas aflora cuando se las contradice o refuta. 
El adolescente eterno es lo opuesto a la madurez. Reconocemos la potencia creativa, la fuerza plástica y la energía incomparable que tiene el “niño” que hay en todo ser humano. Sabemos también que no hay creación si subsiste el alejamiento neurótico del hombre con relación al alma plástica de ese adolescente eterno que es el núcleo sensible, el fuego de la lengua y el intelecto. Pero el adolescente eterno solamente se queda en una abundancia de destellos, excesos, plasticidad y juego. Se requiere equilibrio y voluntad indeclinable de someter los excesos a la prueba de la acción continua. Sin madurez no hay percepción del tiempo, conciencia del orden, visualización de los límites o aceptación de la importancia del conocimiento, la experiencia y la perspectiva crítica que la historia proporciona.
El adolescente eterno es poderoso en su energía dinámica pero disperso en la concentración de las fuerzas, por ello le pertenece la vida provisional, el ensayo sin término, la fantasía loca y no encuentra satisfacción sino en el proyecto; su preocupación no es completar, su anhelo es sólo el futuro, la situación prodigiosa y excepcional que está por producirse, nunca el aquí y el ahora. Eso es lo grandioso del niño que todos contenemos, siempre está impulsado a cambiar, buscar, trasgredir o imaginar: No tiene su hogar en este mundo. Y ese es el problema. 
Mantenerse toda la vida en la adolescencia eterna es tan errado como la adopción temprana de formas superficiales de la madurez; ese es el camino fácil del madurarse prematuro visible en jóvenes que apenas empiezan su vida y ya exhiben una artificiosa identificación con las formas maduras. Se actúa como si el superficial seguimiento del orden, un inmediato sentido de las reglas y un hipercriticismo o hipermoralidad fueran la solución a los problemas del camino de la vida. La madurez genuina tiene que ver con actitudes y formas que no son simple respeto ciego de normas o modos ya hechos. 
Madurez es equilibrio e interrelación fluida con el niño que contenemos. Para mantenerse productivo en la vida se ha de tener la capacidad de imaginar y de ser sensible, pero también se ha de ser capaz, sin “morir”, de darle cumplimiento a lo soñado. La figuración que un adolescente hace de sí mismo es casi siempre como mártir o genio. “Mártir” en cuanto incomprendido o excluido. “Genio” porque su mundo imaginario es poderoso y fértil; sus proyectos abundantes, rápidos pero sin término. Es precisamente en el terreno de la vida creativa e intelectual donde más frecuente es el adolescente eterno. Igualmente, en el mundo del poder y la dirección es observable la predominancia de los maduros aparentes; una vida rica y plena pasa por el reconocimiento de la importancia de la conciliación de los dos patrones de conducta. Madurez implica apertura al mundo y conciencia de la importancia de la ejecución y romper con ese círculo vicioso de proyectos sin culminación. Se dan entonces los pasos para superar la provisionalidad, se desarrolla la concentración necesaria y se minimizan o se les da su real espesor a las dificultades, pero no se las engrandece para justificar los desistimientos en pos de una situación maravillosa y excepcional que es del todo imaginaria en una sociedad humana. 

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