En Los silencios, la directora brasileña Beatriz Seigner propone la idea del perdón y de la dificultad de la convivencia entre víctimas y victimarios.
A través de los ojos de una familia de desplazados y haciendo uso de una frontera muy porosa entre los vivos y los muertos, la brasileña Beatriz Seigner llega a Cannes con Los silencios, una historia que pone sobre la mesa los efectos del conflicto colombiano.
Rodada en castellano y en la Isla de la Fantasía, en la frontera entre Brasil, Colombia y Perú, la cinta sigue los pasos de Amparo (Marleyda Soto) y sus hijos, que llegan a ese pequeño enclave en la Amazonía huyendo de esa guerra, en la que el marido (Enrique Díaz) ha desaparecido.
Los silencios de su título, explica, "son literales y metafóricos": "Hay veces que quieres hablar con una persona que está muerta y no sabes cómo hacerlo, y hablas contigo mismo porque querrías decirle algo. Ese silencio es en cierta manera una ruptura en la comunicación entre vivos y muertos".
Seigner estrenó este viernes el filme en la Quincena de Realizadores, sección paralela e independiente del Festival de Cannes, y lo concibió inspirada por una amiga colombiana, que le habló de su infancia en Brasil y de cómo pensaba que su padre había fallecido pero descubrió que vivía en ese país.
La directora, autora también de Bollywood dream (2009), habló con más de 80 familias refugiadas en Brasil y en plena escritura del filme, cuando empezó el proceso de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc, ahondó en la idea del perdón y de la dificultad de la convivencia entre gente de ambos bandos.
"Yo sólo quiero plantear la pregunta, no soy nadie para responderla", explica Seigner, que dice no haber firmado un filme político, pero sí lleno de temas que lo son.
La cineasta contó con actores profesionales, pero también con gente que había vivido en primera persona el conflicto, exguerrilleros y exparamilitares, madres de estos o gente que había perdido a un familiar por culpa de esa violencia.
Y mezcla ficción y realidad al hacerles hablar ante la cámara y que todos se escuchen en una asamblea local como las que habitualmente se celebran en esa isla.
Seigner enriqueció su película con las costumbres de la zona, en la que sus habitantes mantienen una relación muy directa y presente con sus muertos o desaparecidos, y juega con esa cercanía para confundir al espectador y hacer que este cuestione sus posibles perjuicios sobre las motivaciones de los desplazados.
"En Brasil tenemos mucha cultura africana y brasileña, la comunicación con los espíritus es muy habitual, y en Colombia también. La gente les sigue poniendo la mesa hasta que el cuerpo no es descubierto, porque es una manera de esperar que la persona siga viva", apunta.
Pese al desamparo de la familia protagonista, su cámara no incide en su pobreza.
"No creo que por el hecho de ser pobre no se tenga dignidad. No es lo que he visto. He visto a gente que lucha para dar a sus hijos una buena educación, que aunque no tenga mucha ropa, la que tiene está limpia y bien planchada".
Nacida en Sao Paulo hace 33 años, la directora se interesó por esta historia con la intención de hacerle descubrir a sus compatriotas esa realidad.
"En Brasil sabemos todo lo que pasa en Europa y en EE. UU., pero la mayor parte del tiempo ignoramos lo que les pasa a nuestros vecinos", lamenta.
Seigner dedica su película, según destaca a su término, "a todos los que lucharon antes que nosotros, y a todos los que lucharán después".
"Nadie quiere ser una víctima de la violencia ni vivirla, pero creo que mucha gente lucha para hacer del mundo un lugar mejor para todos", indica la directora, que recuerda que los derechos de los que gozamos actualmente se los debemos a quienes combatieron en el pasado para conseguirlos.
Haber llegado a Cannes con esta cinta, concluye, le hace "muy feliz": "Es un reconocimiento a nuestro trabajo. Estoy muy contenta de que a alguien le emocionara nuestra película y su temática. Esperamos que gracias a esta plataforma vaya a todas partes".