La continuidad de los paros cívicos muestra la fragilidad de la conexión del poder central con las regiones del país.
En Chocó, Buenaventura, y se anuncia que en Tumaco, ha hecho metástasis el centralismo, con su saga de abandono, indolencia y traiciones. Como en toda situación metastásica, lo hace con crisis tan graves como la oleada de violencia y saqueos que en la tarde del viernes sacudió el puente del Pacífico, o tan inquietante como la unificación de los grupos afro, indígenas y mestizos del Chocó en torno a las consignas del paro que ya cumple dos semanas.
Hay facilismo en atribuir estos movimientos sólo a los inexplicables atraso y miseria de las regiones que reúnen condiciones objetivas para ser emporios: identidad cultural, talento humano y riquezas naturales, pero que al mismo tiempo carecen de institucionalidad democrática, social y educativa que impulse el mejor aprovechamiento de la riqueza. Y esos medios no se han creado por desidia del centralismo, que de tarde en tarde es interrogado por si el abandono institucional ocurre por ventajas que obtiene del estado de necesidad de esos pueblos.
También se explican estas movilizaciones en la desidia, que parecería afincada en el desprecio de la burocracia central por todo lo que siente “provinciano” y que se traduce en la gran capacidad de los burócratas para ignorar promesas como la que el doctor Santos le hizo a los bonaverenses sobre que su ciudad sería capital de la Alianza del Pacífico. O en el cinismo con que se olvidan compromiso, como el de realizar inversiones por $720.000 millones, con el que el viceministro Guillermo Rivera consiguió que los chocoanos levantaran su paro, para luego, según denuncian los líderes locales, abandonar el departamento.
Y con estos dos graves ingredientes, crece el olvido. Que se representa en el corte de la conversación formal en instancias constitucionales, pero, sobre todo, en mecanismos concertados, y constituidos en desarrollo de la promesa de descentralización, aún incumplida, que tiene la Constitución de 1991. A falta de interlocución que construye conversaciones, diálogos, confianzas y vínculos, el Gobierno Nacional sigue privilegiando lidiar con intensas y complejas negociaciones formales, usualmente mediadas por la desconfianza con que inician y que no se rompen en sus procesos.
El círculo vicioso de abandono-paro-negociación-olvido, carcome el sueño de Nación como unidad diversa de interlocutores en permanente conversación.