Los más buscados

Autor: Henry Horacio Chaves
2 marzo de 2018 - 12:05 AM

El error en esa proporción obliga a preguntarse sobre cómo se coordinan los esfuerzos en la búsqueda de los que se presumen más peligrosos.

Hace poco más de 25 años, en octubre de 1992, tuve la oportunidad de “entrevistar” a Roberto Escobar Gaviria, el hermano del jefe del Cartel de Medellín que se había entregado a la justicia. Lo hizo en compañía de John Jairo Velásquez Vásquez conocido como “Popeye” y de Otoniel de Jesús González, “Otto”, los tres hacían parte del grupo de personas que se fugaron de la cárcel de La Catedral meses antes y por el acoso de las autoridades decidieron acogerse a la política de sometimiento a la justicia que había decretado el presidente César Gaviria.

Como tantos otros reporteros, fui delegado para hacer el cubrimiento de la entrega y el traslado a la cárcel de Itagüí. Además, tuvimos que permanecer allí, en las afueras del penal, para verificar las visitas de familiares y amigos, además porque existía la posibilidad de nuevas entregas o capturas de los jefes de la mafia que habían huido, incluido por su puesto el propio Pablo Escobar. Fueron muchas horas sin novedades significativas hasta que tuve la ocasión de enviarles una nota a los recién sometidos, a través de una persona de su confianza, con algunas preguntas que buscaban noticia.

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Mi nota fue respondida por Roberto Escobar con algunas críticas a la política de sometimiento, denuncias sobre la connivencia de algunas autoridades con los Pepes y con el Cartel de Cali, además de una queja que en ese momento me sorprendió: Se dolía del anuncio de televisión en el que se ofrecía recompensa por ellos. Se quejó porque ponerle precio a su cabeza resultaba doloroso para los familiares y se preguntaba por qué solo aparecían entre los más buscados los jefes del Cartel de Medellín y no los de Cali.

Entonces comprendí que la estrategia era más potente de lo que muchos creíamos. Que la ubicación de un anuncio en el que se le ponía rostro al crimen y se categorizaba no solo hería las susceptibilidades familiares, sino que promovía las deslealtades en el seno mismo de la mafia, además de darle un motivo de valor a ciertas víctimas o testigos cobardes de las acciones ilegales. La política de recompensas que en lenguaje callejero “convertía en sapos a las gallinas”, promovida con el cartel cinematográfico de “se busca”, entregó frutos rápidamente en esa época aciaga e hizo carrera en la lucha contra el crimen organizado.

Pero como toda estrategia, requiere de elementos de renovación y rigor para que no pierda efectividad. Así lo pone de presente la decisión de la Fiscalía de retirar el cartel de los 20 delincuentes más buscados en Medellín, tras comprobar por lo menos 4 inconsistencias, es decir el 20% de la lista estaba mal hecha, según los cálculos más optimistas.   

Así lo reconoció Raúl González Flechas, el director de Fiscalías en Medellín, luego de evidenciar que uno de los supuestamente más buscados estaba muerto hace un año, otro había logrado libertad condicional en un proceso por alimentos y alguno más ni siquiera tenía líos con la justicia. De allí que optaran por retirar la lista para constatar la información y hacer cruces con el Inpec y la Rama Judicial, antes de actualizarla y volverla a publicar. En otras palabras, para hacer lo que debieron antes de gastar dinero, tiempo y credibilidad. Lo que los ciudadanos esperaríamos que hicieran permanentemente las autoridades: cotejar información, compartir datos, concentrar los esfuerzos y aplicar adecuadamente los recursos contra el crimen.

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El error en esa proporción obliga a preguntarse sobre cómo se coordinan los esfuerzos en la búsqueda de los que se presumen más peligrosos. O, si este es el rigor para buscar a este grupo, cómo será con el resto. Un yerro que se hace mayor cuando uno entiende el efecto que tenía la estrategia aún entre los verdaderamente más peligrosos, pero que reducida al ridículo termina por ser un instrumento en contra de personas de bien, a quienes se les vulnera el derecho al buen nombre, a la honra, a la privacidad.

Pierde la institucionalidad y pierden los medios que le hacen eco a los anuncios y reproducen los carteles, que seguramente lo pensarán dos veces antes de volverlos a publicar. Pero sobre todo pierde la sociedad porque se desdibuja uno de los principios de justicia que indica que es más importante liberar al inocente que condenar al culpable. En eso se parecen la honra y la credibilidad, se forjan con mucho esfuerzo durante toda la vida y se pierden con inusitada facilidad.

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