El Teatro Matacandelas se convierte en las aulas de clase del escritor Andrés Caicedo, da una clase magistral de dramaturgia y reflexión.
El estudiante ajeno llega sin uniforme.
Aquel que se matriculó en un colegio, pero que es evidente que no cursó sus primeros grados en él, no distingue dónde quedan sus salones, no sabe si hay auditorio o salón de representaciones. Se matricula con ideas diferentes, menciona lo que sus compañeros ya saben que no pueden pronunciar, por orden de padres superiores o profesores.
Y ese inconforme constante, polémico, en algunos casos indeseable, no puede tener un mejor nombre que el de Andrés Caicedo. Él fue extranjero en la literatura colombiana, sí, fue y es un autor difícil de encasillar, como también se aprecia hoy adaptado al teatro, cuando, después de cuarenta años de su suicidio, hace pensar y repensar.
Después de más de 20 años de hacer obras basadas en sus letras, el Teatro Matacandelas sigue llevando a escena sus reflexiones, latentes y, por momentos, cada vez más duras. Este 2017, durante un homenaje que ha venido liderando a su memoria y su obra, lo ha hecho durante una temporada con la puesta en escena Los diplomas, en la que relata cómo, después de viajar a Medellín y estudiar en el Colegio San José (internado), vuelve a las aulas del Valle del Cauca.
Cuenta un poco del autor, pero desde un personaje de su literatura, dejando ver que el interior dramático de la propuesta teatral tiene de fondo sus matices psicológicos, sus ideas de juventud, además de las realidades enfrentadas por quienes como él vivieron hace cinco o seis decenios en ciudades de bandidos y criminales.
“La dramaturgia de Los diplomas en el móntate del Teatro Matacandelas no remite a un solo texto. Es un resumo de siete obras en las que se acentúa como trasgo transversal la vida del colegio, la sordidez y la angustia de una educación anacrónica. El esqueleto del cuento dramático pertenece a su cuento Maternidad, aquel que Andrés llamaba ‘modestamente mi obra maestra’. Es la historia de un culimbo que trata de apartarse de un destino fatal y afirma su acto de vida en el provocado nacimiento de un hijo”, reseña Cristóbal Peláez, director del grupo, quien lleva a escena recuerdos de la vida de Caicedo junto a sus personajes literarios.
Las reflexiones tienen que ver con la sexualidad adolescente, con el modelo educativo (a través de padres, de ‘curas’, que dirigen colegios según sus ideales católicos). El grupo presenta en escena las falencias del modelo educativo, con profesores que no se han leído El quijote, pero que profesan obras literarias colombianas que poco parecen llegarles a sus estudiantes.
En las escenas de Los diplomas está esa misma generación juvenil que Caicedo aborda en títulos como Angelitos empantanados y Que viva la música, en éxtasis constante, pero también en decadencia, aporreada por las realidades de su país (como la violencia), depresiva al punto del suicidio y el horror.
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Ante la propuesta del director del Teatro, quien quiso que esta fuera una obra para que los rectores y docentes de las instituciones educativas de Medellín fueran a ver, “lo que no pasó, extrañamente”, según contó, valdría la pena una temporada más, una para que ellos se sienten a preguntarse cómo se enseña a aprender y para que los jóvenes escuchen, para que vean, qué decisiones llevan a los protagonistas de la obra a la muerte, como la más sencilla reflexión de esos diplomas de adiós a la vida que no quisieran firmar.
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