Llegar al 17

Autor: Manuel Manrique Castro
28 diciembre de 2016 - 12:00 AM

Conocemos bien esta época del año; está instalada en nuestro recuerdo y reaparece invariablemente cada diciembre porque estamos mentalmente organizados para recibirla como si se tratara de la primera vez, pese a ser tan conocida de tantas oportunidades como vida tiene cada quien. 

Conocemos bien esta época del año; está instalada en nuestro recuerdo y reaparece invariablemente cada diciembre porque estamos mentalmente organizados para recibirla como si se tratara de la primera vez, pese a ser tan conocida de tantas oportunidades como vida tiene cada quien. Hay en el fondo una sencilla complicidad colectiva alimentada por gratificaciones decembrinas anidadas en el alma de cada uno. Tal entramado múltiple, proveniente de experiencias tan diversas como seres humanos que comparten tradiciones cristianas, le da a este mes esa característica de siempre nuevo y diferente, tal vez por intensamente esperado.

No es un febrero, junio o agosto cualquiera, es el diciembre singular cuya luz se hace más intensa cuanto mayor la fuerza de la costumbre, más grande la alegría que rememora y más arraigadas sus imperecederas tradiciones religiosas. Pero las aguas del último mes del año vienen también impregnadas de la actitud propia de los finales, no porque los finales sean necesariamente inconvenientes, sino porque gracias a ellos sembramos expectativas de renovación, propias de cada nuevo inicio. Y así, el breve aunque esperado final del ciclo de doce meses se cierra y los ojos apuntan a una nueva secuencia destinada a repetir el ritual.

2016 vino cargado de acontecimientos inesperados, aunque, como era lógico, trajo también de los otros, los que aguardábamos, aunque flota en el aire la sensación de que fueron más los primeros. Violencia cruel en el medio oriente con Alepo, su máximo signo de absurda insensatez y cientos de miles de seres humanos lanzados al vacío de la indiferencia; Isis al acecho haciendo daño donde puede como sucedió en Bruselas, Niza y Berlín. Brexit con resultado contrario al previsto y desconcierto para los propios británicos impedidos de corregir el equívoco; España políticamente paralizada por varios meses con final de regreso a lo mismo; cierre del fugaz ciclo político de Mateo Renzi en Italia, emergencia por el Sika aunque felizmente aplacada con el paso de los meses.

Contra la mayoría de las previsiones, Trump electo presidente en USA y dispuesto a sacar a su país de dos acuerdos cruciales, el nuclear con Irán y el medioambiental de París. De este lado del mundo, el aire refrescante de la olimpiada en Rio casi coincidiendo con la destitución de Dilma Rousseff de la presidencia brasileña, terremoto devastador en Ecuador, mientras Venezuela sigue su descenso en picada a costa de su castigado pueblo. En Colombia, fin del conflicto y Acuerdo con las Farc; Juan Manuel Santos Nobel de Paz. Y paisas evidenciando su gran corazón a raíz de la caída del avión donde venía el Chapecoense brasileño.

Pese al dramatismo de muchos de los anteriores hechos, no hay cómo seguir en el juego del lobo, anunciando una y otra vez, año tras año su llegada, porque el lobo destructor del único pesebre que nos cobija, nuestro planeta, desde tiempo atrás ya viene haciendo de las suyas y tiene en los drásticos cambios de clima, propiciatorios de una cadena inimaginable de consecuencias, una de sus más feroces manifestaciones.

No podemos consolarnos, cuan manada de tontos, simplemente observando cómo ocurre la debacle ambiental, de múltiples dimensiones, porque los principales responsables, los

gobiernos de aquí y especialmente los grandes de afuera no hacen su parte y peor aún si Estados Unidos abandona la mesa de París. El tiempo está vencido. Hagamos de la terca protección de nuestra gran casa, poniendo a la niñez en el centro de esa cruzada, una de las principales tareas en el año que empieza.

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