El ejercicio político de cada ciudadano antes de elegir debería estar nutrido de una reflexión sobre qué tipo de liderazgo quiere elegir para el país.
Sonia Vallejo Rodriguez
Entre tanto debate y entrevista, a propósito de la cita que este fin de semana tenemos los colombianos para escoger al futuro presidente, me han llamado la atención especialmente aquellas preguntas que saltan de repente por parte de los entrevistadores a los candidatos sobre cosas aparentemente triviales y no inteligentes como sus sueños, la expresión de sus emociones, sus amores o sus temores, entre otras cosas que parecen poner a prueba su paciencia.
Si bien algunas de estas preguntas chillan por resultar invasivas, sesgadas e inoportunas, he fijado mi mirada en lo extremadamente poderosas que algunas otras, formuladas cuidadosamente, pueden resultar a la hora de analizar el liderazgo de quienes desean
gobernarnos.
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Es común escuchar que la gente se refiere a los candidatos como “el frío, el tibio, el caliente” para hablar de su poder de gestión y contundencia en la implementación de acciones de transformación del país, asociándolo a la forma en que se expresan o manejan sus emociones. ¿Es esto importante a la hora de contemplar sus capacidades de liderazgo?
Pareciera que uno de los rezagos del conflicto vivido en el país durante más de 50 años es que sigue siendo mal visto un líder que se muestre vulnerable, es decir, que se muestre humano, que reconozca el llanto, el mal humor e incluso la risa fuerte como parte de sus propias emociones. Pero las emociones, o las llamadas “competencias blandas”, son el sustrato en el que se puede afianzar o no el talento de liderar. Existe ya suficiente evidencia científica que muestra cómo las habilidades directivas dependen de qué tanto afectan las emociones al líder y como éste maneja sus emociones de manera asertiva.
Por ejemplo, en el caso de los directivos docentes, cuyos retos en la gestión pedagógica, comunitaria y administrativa son múltiples, al asumir su desarrollo personal como un proceso que cualifica su rol como agentes transformadores de las instituciones educativas que dirigen, comprenden que tener una mayor conciencia de sus aspectos cognitivos, emocionales y comunicativos favorece el trabajo colaborativo y la construcción participativa de visiones compartidas con las comunidades educativas de las cuales hacen parte.
Ejercer un liderazgo transformador tiene como epicentro las interacciones entre los sujetos, sus saberes y las instituciones, lo que vincula de manera contundente el valor de la gestión personal de los diferentes actores que allí se relacionan, para generar escenarios de confianza y seguridad que favorezcan sacar adelante las grandes apuestas.
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El ejercicio político de cada ciudadano antes de elegir debería estar nutrido de una reflexión sobre qué tipo de liderazgo quiere elegir para el país, considerando, claro está, todos los elementos que se inscriben en el plano de las propuestas de gobierno: las estrategias de sostenibilidad de las instituciones y las determinaciones económicas y técnicas dentro de cada cartera o sector, entre otros, pero del mismo modo y con la misma importancia, las capacidades del candidato para sostener interacciones posibilitadoras y de calidad para trabajar con otros en la diversidad y de manera armónica, dado el poder que le otorgaremos en la democracia representativa.
Los grandes líderes entienden la empatía y tienen la habilidad de leer las necesidades y deseos de los otros, lo que les permite hablar de estas necesidades y trabajar para satisfacerlas. Reconocer y hacerse consciente de sus emociones y de las de otros no son actos de debilidad en las formas contemporáneas de liderazgo, por el contrario, son prácticas consientes que influyen en la manera en que un líder se comunica asertivamente para fortalecer el trabajo con otros colaborativamente.
*Subdirectora Línea Liderazgo Educativo en la Fundación Empresarios por la Educación, una organización de la sociedad civil que conecta sueños, proyectos, actores y recursos para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa.