La IE San Benito, pionera en la implementación del modelo de Jornada única en el país, fusiona esfuerzos como opción de vida y de ciudad en un entorno de complejas realidades.
Llegan de todos los rincones de Medellín, incluso de otros municipios del valle de Aburrá. Son hijos de venteros ambulantes, trabajadores de la plaza Minorista o microempresas que pululan en los alrededores, algunos que residen en inquilinatos de la zona y también los que pertenecen a esas pocas familias que continúan en las estrechas franjas residenciales del Centro.
Contexto que determina una marcada diversidad, étnica, religiosa, instructiva o simplemente en las maneras de relacionarse con el mundo, pero que allí en medio de las complejas realidades de ciudad que los rodean, se ha convertido en fortaleza para el desarrollo de un ambicioso proyecto de liderazgo que busca identificar las capacidades, potencialidades y habilidades de niños y niñas, jóvenes y adolescentes.
Lea: El PAE inicia un nuevo camino
“La propuesta original fue El líder en mí, enfocada a potenciar el talento de cada uno”, pero después de tres años y ocho meses de avance “hoy la llamamos Liderarte, porque es el término que reúne el ser líder y el arte como factor que ayuda a mediar en un montón de procesos”, explica Margarita María Sánchez León, rectora de la Institución Educativa San Benito, el colegio que se convierte en una opción de ciudad y de vida en medio de la convulsa zona de la Estación Villa, en pleno Centro de Medellín.
Allí acuden diariamente 480 niños y niñas que representan 12 de las 16 comunas de Medellín, además de Bello y Caldas, repartidos en los grados de preescolar, primaria y secundaria. Y de ese total, el 10% de los estudiantes son venezolanos, cuyas familias han llegado en los últimos años a la capital antioqueña, desplazados por la crisis socioeconómica que vive su país.
Espacio protector
Aunque el sector genera prevención y resistencia, por la cercanía a puntos donde habita una compleja problemática social, la Institución que abrió sus puertas en enero de 2015 con la idea de congregar toda esa población flotante que quedó tras la desaparición de los colegios Madre Marcelina y Francisco José de Caldas, sedes de la IE Tulio Ospina en ese mismo sector, ha logrado crear un ambiente protector y de desarrollo de puertas hacia adentro, sin desconocer las realidades que le circundan, pero sin exponerse para hacerse menos vulnerable.
“Aquí se ha creado un espacio que protege, que cuida y acompaña. Es cierto que hay unas realidades de ciudad muy duras que no tenemos la capacidad de intervenir, pero tampoco han sido obstáculo para desarrollar la propuesta de Liderarte porque chicos y jóvenes se han apropiado del espacio, quieren el colegio, quieren estar aquí, y eso facilita todo”, argumenta la rectora.
De lo que da fe el pequeño Édgar, del grado preescolar, todo un líder en formación y a quien no le tiembla la voz para pedir orden y comportamiento a sus inquietos compañeritos de clase “porque me están entrevistando”.
Cuenta Édgar que “lo que más me gusta del colegio es que aquí me siento muy bien por todo lo que hago, tareas con números, reuniones importantes (de liderazgo), juegos y el alimento es muy bueno”.
Y es que como él, estudiantes, docentes y todo el personal que hace parte de la Institución llegan y se van tranquilos porque su labor se ha desarrollado casi que sin interactuar con el mundo externo. Eso sí, ahora están dispuestos al cambio, porque desde que se realizó la intervención en el sector de la avenida de Greiff se notado una importante transformación del sector.
“En esa parte el acompañamiento oficial también ha sido fundamental. El vínculo que se ha creado con la EDU y la transformación de la avenida de Greiff que permite el regreso de personas y programas que aportan en el entorno, la articulación con el Inder y el acompañamiento de la Policía Nacional desde que inició el proyecto y que no es sólo de seguridad, sino con todo un trabajo comunitario de proyección social, han sido un apoyo determinante para seguir en la tarea de construir mejores personas”, relata la rectora Sánchez León.
No todo es color de rosa
Eso sí, también hay factores que preocupan. El primero, acepta la rectora, “es el alto nivel de movilidad, hoy tenemos los mismos 480 estudiantes que matriculamos en enero, pero no necesariamente son los mismos chicos. Eso porque las familias se mueven, por todas las razones posibles de ciudad y de sus mismas condiciones socioeconómicas. Entonces van y vienen todo el tiempo” y eso lo prueba el hecho de que aún hoy, a finales de septiembre, todavía están matriculando estudiantes que llegan.
También inquieta el ausentismo, porque “todo lo que pasa en la ciudad es motivo para que algunos no lleguen, si llueve, si se vara el Metro, por alguna situación en su barrio, económica o familiar”.
No obstante son situaciones que no dañan el proceso, por el contrario, fortalecen el objetivo de articular más esfuerzos para continuar el trabajo que hoy les deja enormes satisfacciones, pues no es sólo el discurso académico en que confluyen los 22 docentes que despliegan el proyecto, sino que en la práctica se ve un invaluable “crecimiento personal y el rol protagónico que muchos alumnos ya asumen frente a diferentes temas y actividades de sus preferencias”, la tarea propuesta que sigue en construcción.