Hay una división entre libros importantes y la gran cantidad de libros que se editan sin tener importancia cultural, estética o intelectual.
Los profesores de todo el mundo se han visto en la situación escribir libros, publicarlos a como dé lugar y asistir a la comprobación de la corta vida de libros de texto y colecciones extensas de documentos. Hay libros que han nacido como libros superfluos, muertos, a diferencia de los libros esenciales que son capaces de resistir el paso del tiempo y pasar con justicia a ser parte del patrimonio cultural.
Recuerdo la colección que dirigió un colega de libros esenciales unidos a otro escrito “orientador”. De un lado se podía leer el libro consagrado y al voltear el libro se podía leer el segundo. Me pidió ese editor que escribiera sobre un autor esencial y yo lo mortifiqué muy seguramente diciéndole que sobre autores esenciales hay ya demasiados libros superfluos como para hacer otros. En su memoria seguro quedé como un profesor bestial a quien también le llamaba la atención sobre su rústica indumentaria. No estaba para adornos, ni lo estoy. La anécdota es intrascendente pero sí hay un problema real; muchos otros amigos y colegas han fundado editoriales para editar libros banales de poesía, ensayos intrascendentes que nadie lee y yo los he acusado públicamente de ser un atentado contra los bosques y fortalecer a trabajadores intelectuales ya lastimados por competencias huecas.
El tema es real y ya Pablo Arango advirtió el destino de muchas publicaciones universitarias que se realizaban para obtener puntos, mejorar salarios o lograr “visibilidad” de investigadores. Yo solo quiero recalcar, en épocas de cierto fetichismo del libro, que realmente hay una división entre libros importantes y la gran cantidad de libros que se editan sin tener importancia cultural, estética o intelectual. Y habría que finalmente cuestionar esa idea de publica o morirás. La vigencia de un maestro no la marcan sus publicaciones,
Parte de la vida cultural tiene que ver con los libros, el cuidado, su análisis, estudio y la divulgación de la labor de los maestros. Pero por algunas razones adicionales también los profesores de primaria y secundaria fueron de pronto obligados a publicar libros banales que no agregan a los temas esenciales, que no dicen nada nuevo y su única justificación es decirlo de otra manera y por ello la enorme profusión de libros intrascendentes y editoriales sin criterio.
Esta reflexión por supuesto está a contrapelo de las ilusiones y las expectativas de muchos trabajadores intelectuales pero es implacable el tiempo y el cedazo de la genuina calidad pues hay demasiados libros y revistas que no solo no se leen, tampoco se venden y son un atentado contra los bosques y su única justificación pareciera ser fortalecer egos y la dinámica no muy inteligente de la industria editorial que no evalúa sino que edita a diestra y siniestra. Capacho no es mazorca y el grado de la cultura espiritual de una nación tampoco puede medirse por el volumen de lecturas. Ya sabemos que en el círculo cercano a Hitler eran abundantes los excelsos lectores.