La potencia de las redes sociales como recopiladoras de datos y mecanismos de distribución de información, fidedigna o falsa, loable o interesada, demanda nuevas formas de entenderlas, explicarlas y reglamentarlas.
Los abusos del profesor Aleksandr Kogan y Cambridge Analytica al recopilar datos de 50 millones de usuarios de Facebook asociados a unas 265.000 personas que respondieron el test de personalidad diseñado por el académico, venderlos para analizarlos y clasificarlos en perfiles y usarlos como objetivos de información electoral manipulante, mucha falsa, han aterrado a instituciones, analistas y ciudadanos que desconocen la profundidad, extensión y complejidad de los procesos de recopilación, análisis y uso de datos en las redes sociales, que los usuarios generan con su actividad en el mundo virtual.
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La permanencia de este debate en la agenda pública indica que expertos, analistas y ciudadanos se han quedado cortos en descifrar los contenidos y relaciones en las dicotomías legalidad/ilegalidad; moralidad/inmoralidad; persuasión/manipulación; libertad/ingenuidad, que los actuantes en las redes sociales han puesto en juego al compartir sus datos para ser recopilados y analizados con fines transparentes de generar ingresos, actividad inherente a esas redes, o poco claros de manipular generando contenidos tergiversados o claramente falsos para obtener de los usuarios las reacciones esperadas. Porque se han vuelto el escenario propicio para la divulgación de mensajes de odio y Fake News , Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, había proclamado en enero su enfoque para esa red social en 2018, destacando que trabajaría para hacerla fuente de unión, no de división, y de verdad, no de circulación de falsas noticias. Aquella promesa es hoy compromiso ineludible.
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El asombro por la realidad visible en ese universo poco conocido debiera llamar a los investigadores a buscar respuestas sobre cómo funciona y cuáles son los efectos de la convergencia de esa nueva esfera pública, con alcance global, que son las redes sociales, escenarios en los que coexisten conversaciones simultáneas, muchas de ellas del tipo de las que en el pasado reciente pertenecerían a las esferas privadas. Están por resolverse interrogantes sobre los sujetos que convergen en esas redes gozando, a veces sin comprenderla, de plena libertad para hablar de sí mismos, interactuar con otros y comentar y compartir contenidos que hablan de ellos; todo eso potenciado por la rapidez en la producción y procesamiento de datos por medio de programas de inteligencia artificial que consiguen establecer vínculos y perfiles bastante exactos que tienen gran utilidad para las actividades de inteligencia de mercados con fines comerciales, políticos o ideológicos.
El escándalo provocado por Cambridge Analytica ha generado mínimas preguntas y abundantes reacciones, como la satanización de las redes, particularmente de Facebook, y las respuestas radicales, como la caída de su acción en las bolsas, o movimientos como #DeleteFacebook, inútiles en tanto la necesidad de encuentro y conversación es satisfecha por las redes sociales y porque no crean responsabilidades y controles eficientes para mantener a salvo las conversaciones enriquecedoras y combatir los contenidos tóxicos.
La potencia de las redes sociales como recopiladoras de datos y mecanismos de distribución de información, fidedigna o falsa, loable o interesada, demanda nuevas formas de entenderlas, explicarlas y reglamentarlas, como les corresponde a gestores que serán vigilados por las instituciones democráticas, en especial la prensa que se encargó de denunciar este escándalo, para que mejoren las garantías de privacidad y las explicaciones a sus usuarios, en sus redes. Pero también es un momento exigente para académicos y educadores, que necesitan conocer mejor esas redes, a sus usuarios y las interacciones que allí establecen, a fin de educar sobre su comprensión antes de su uso.
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Aunque este hecho compromete a todos los interesados en la calidad de la democracia, que empieza en la información y la libertad para analizarla, los mayores retados son los ciudadanos que hoy disfrutan de una paridad y una libertad inéditas en la historia, calidades que les permiten ser actores decisivos, conscientes y responsables, de la democracia, pero que también puede convertirlos en objetivos, en tanto individuos embebidos, y embobados, por las pantallas, de campañas de desinformación y manipulación con fines electorales, como se critica que lo hizo Cambridge Analytica en las elecciones de presidente de Estados Unidos ganadas por Donald Trump o del Brexit; comerciales o ideológicos; evitar que ocurran escenas peores a las imaginadas por George Orwell será posible con conocimiento y educación.