No obstante sus debilidades, los resultados de este proceso serán la elección de un presidente de la República, según decisión de la mayoría del pueblo, y la consecuente aceptación por todos del veredicto de las urnas.
Con las elecciones de este domingo, culmina una campaña presidencial agotadora por su extensión y por la virulencia de la confrontación, más que debate o deliberación, en las redes sociales y en las conversaciones, incluso las privadas. La recolección de firmas por algunos candidatos, la fracasada consulta popular del liberalismo y la encuesta del Centro Democrático agitaron las precandidaturas, ambiente reforzado por las consultas interpartidistas convocadas con las elecciones legislativas, adelantando el cuarto de hora de la elección de presidente. Por su parte, la preeminencia de las redes sociales, por encima de medios, foros y debates, favoreció las confrontaciones, que tanto parecen disfrutar algunos parlanchines candidatos, muchos políticos y la mayoría de los activistas en los medios digitales.
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El crecimiento de participantes que ejercen sin responsabilidad el derecho a la libertad de expresión y de variopintas audiencias de las redes sociales, terminó convertido en poderosa barrera contra un debate electoral que pudo ser rico en visiones y propuestas, gracias a un amplio y respetable grupo de candidatos que representaron distintos modelos de sociedad, proyectos políticos y expectativas sobre la transformación del Estado. Como otras democracias, el país se enzarzó en combates emotivos marcados por la consigna, el insulto, el estigma y el prejuicio, que movilizan miedos, más que temores, y odios, más que dudas razonables. En ese contexto, fue difícil conversar públicamente sobre afinidades, adhesiones, dudas y aprehensiones, propias de la campaña electoral. Fruto del estilo de la campaña vivida, la sociedad política se ha llenado de etiquetas, mitos y animadversiones. Tiempo habrá para analizar la responsabilidad del presidente Santos y su equipo de gobierno, tan activos en política y tan feroces contra los opositores, por haber desatado los demonios de la propaganda negra, en especial la manipulación, la confusión y las falsas noticias, que a lo largo de ocho años se han caracterizado por acusar al expresidente Uribe de crímenes que no le han podido demostrar, no obstante haber hecho todos los esfuerzos, y por uribizar a los distintos líderes del Centro Democrático, estrategia también empleada contra Iván Duque.
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No obstante sus debilidades, los resultados de este proceso serán la elección de un presidente de la República, según decisión de la mayoría del pueblo, y la consecuente aceptación por todos del veredicto de las urnas. En su respeto por la democracia, EL MUNDO anuncia su acatamiento a las mayorías, y su decisión de ofrecer apoyo con independencia crítica si Iván Duque es elegido, ya que como lo expresamos la semana pasada nuestro voto lo acompaña, y vigilancia objetiva al gobierno de Gustavo Petro y sus cambiantes propuestas y promesas de campaña, si las urnas lo declaran como el vencedor.
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El ciudadano que hoy sea elegido presidente de Colombia representa el programa de gobierno con que consiguió el favor de muchos electores en primera vuelta, pero también está obligado con sus compromisos con movimientos, organizaciones y líderes políticos adherentes. Atender esos compromisos es una forma de reciprocidad con los votantes que permitiría recuperar la confianza elegido-electores que el expresidente Uribe debilitó buscando la segunda reelección y el doctor Santos minó definitivamente al incumplir el mandato con que fue elegido para su primer período y múltiples compromisos -“firmados en mármol”- en materia de seguridad y política tributaria, así como al usar la amenaza de la guerra para buscar su reelección. La pérdida de credibilidad en el actual gobernante se manifestó en la victoria del NO en el plebiscito sobre el acuerdo con las Farc y fue ratificada con la derrota de los candidatos Germán Vargas Lleras y Humberto de la Calle, a quienes el país asoció al santismo.
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En virtud de la reforma política, quien obtenga la segunda votación será elegido senador de la República y su fórmula asumirá como representante a la Cámara. Tal presencia en el Legislativo facilitará, si así lo quieren esos ciudadanos, la discusión pública sobre el modelo de país y la gestión del gobernante, de modo que puede ser un factor decisivo para responder al gran vacío que deja esta campaña presidencial y que compete por igual a instituciones, familias, sistema educativo y medios de comunicación; el de formar ciudadanos activos, o sea informados, deliberativos y participantes, que aprovechan el respeto a la libertad de expresión imperante en el país para aportar argumentos y enriquecer conversaciones públicas sobre los temas, problemas y propuestas de solución que debieran estar en las agendas de las campañas electorales, las instituciones y los medios de comunicación, sin caer en injurias, calumnias y agravios que destruyen amistades y personas.