Lealtad y gratitud

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
18 mayo de 2017 - 12:07 AM

Los conflictos y las diferencias se pueden dirimir sencillamente poniendo la institución por encima de los intereses personales

Trabajar en una organización significa que somos leales a ella pues nos acoge y lo somos a su misión y a su crecimiento; no necesariamente a las personas que las dirigen o con quienes podemos diferir. Al jefe de turno le debemos obediencia y respeto. Los conflictos y las diferencias se pueden dirimir sencillamente poniendo la institución por encima de los intereses personales, sea uno quien mande o quien obedezca. Un buen dirigente sabe poner por encima de sus intereses personales el bien común y el desarrollo de la entidad y un subalterno sabe diferenciar esos niveles y analiza con argumentos cuándo lo asiste la razón en los casos de conflictos de interés.

El sentido actual de corrección y pulcritud lo podemos caracterizar como ese desprendimiento de la persona frente a sus ambiciones egoístas o las de otros. La generosidad innata nos debería llevar siempre a trabajar con quienes sean independientes frente a los grupos de poder que no siempre buscan el bien común. Ser leal a un jefe que busca de manera egoísta su propio beneficio es una trampa que nos puede llevar a ser gratos con quien nos daña y daña la institución bajo la apariencia de defenderla. Creo que es sano en cada caso que todos ponderemos el sentido de las decisiones que se toman.

Y esto creo que aplica para la gran organización que es un país y para la pequeña institución que es una familia. Defender la institución casi siempre tiene un sabor agrio. Nadie ha dicho que las normas sean dulces, son las normas y hay que cumplirlas y por procedimientos razonables se deben modificar.

Un buen dirigente siempre sabe distinguir las medidas que son de bien común de las que favorecen a grupos de poder. Igualmente una organización respeta de manera creciente a los dirigentes que saben que por encima de las gratitudes y lealtades personales está el bien general. Por supuesto que en nuestra nación este orden de ideas ha sido distorsionado y muchas personas conservan sus pequeños o grandes poderes subyugando bajo la máscara de la gratitud la libertad de todo ser humano y su sentido del deber. Eso nos hace esclavos del momento.

La lealtad y la gratitud se deben medir desde nuestro sentido de humanidad y nuestro espíritu crítico. Eso nos hace libres. No le puedo hacer daño a seres humanos en nombre de mi propia nación, como es el caso, por ejemplo, de quienes lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki las bombas atómicas, igual sombra de abyección cae sobre quienes fueron eficientes directores en campos de concentración. Ser obediente no siempre es un valor de vida. La lealtad y la gratitud tienen sus límites y es nuestro sentido de humanidad y nuestra libertad las que pueden esgrimirse en cada caso, en cada gesto y en toda situación humana. Si aplicamos esto a la amistad también descubrimos un claro límite: La amistad se regula por la verdad y se diferencia del compinchaje o el acomodo por el sentido inherente de humanidad. Una deformación de las organizaciones y de las instituciones se produce cuando dejamos de lado ese sentido de humanidad y sólo nos basamos en un egoísmo que nos daña y destruye a los otros y a la institución.

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