En las redes está elevado y circulante lo mejor pero también lo peor del ser humano
Salgo y entro de algunas pocas redes sociales. Una mezcla de atracción y repulsión hace el trabajo. Por una parte, en general, son de poca utilidad para la argumentación y el debate de las ideas, por otro, muchas de ellas están totalmente asaltadas por la frivolidad, la superficialidad y una falsa capacidad de síntesis. El otro azote, de Facebook en particular, es la exagerada cantidad de publicidad, me recuerdan esas revistas que uno ha suscrito y se arrepiente por la avalancha de anuncios que aplastan la información. Con la televisión ha pasado igual, con la excepción de plataformas como Netflix que de todas maneras introducen un gusto muy sesgado, casi episcopal, un canon foráneo e inconsulto que también agrede.
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Pero el atractivo de las redes es la rapidez y la eficiencia. WhatsApp me ayuda en mis labores de docencia y comunicación con familiares y amigos de forma nunca imaginada. En Facebook se obtiene información inmediata sobre sucesos que los medios demoraran horas o días en informar. Pero esas redes sociales sirven de vehículo también para lo peor y se pueden generar problemas al difundir mentiras. Desde la invención de la mensajería electrónica estoy en alerta pues el correo electrónico es tan eficaz para llevar buenas noticias como para conducir la respuesta iracunda y resentida. En las redes está elevado y circulante lo mejor pero también lo peor del ser humano. Difunden con la velocidad de un rayo la calumnia y el espanto.
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Con su rapidez extraordinaria le dan alas a la solidaridad necesaria, a la expresión de cariño pero también hacen rápida e intempestiva la injuria, la envidia, el rencor, lo peor del ser humano. Lo segundo pone en riesgo lo primero. Y es que desde que somos especie nuestro paleocerebro es más rápido que nuestro cerebro más reciente y humano. La maldad, la crueldad y la mentira, todo el mal que albergamos, es más rápido y eso es así, antes de las redes, antes del libro y antes del surgimiento de las religiones. Respuestas deplorables, crueles, huidas, abandonos, fugas, peleas, gestos mucho más rápidos e intempestivos que nuestra solidaridad o nuestra tolerancia. Nuestro cerebro reptiliano es mucho más rápido que nuestra noble corteza cerebral que no en vano se le llama neocortex, por ser reciente y por ser endeble frente a las reacciones del sistema límbico que son como latigazos de ira, autodefensa, huida y daño ilimitado. Por eso cada tanto cierro WhatsApp, me retiro, no quiero volver, pero me mantengo esperando como un ingenuo que la bondad triunfe sobre los malos sentimientos, que el sano sentido común prospere, que la rabia no sea siempre la que gane, pero no hay semana sin una derrota. Ya sé reconocer ese cerebro de reptil pues en uno mismo algo oscurece la vista y toma el mando el insulto sin piedad, expreso lo peor, me desahogo, pero ya sé que al otro lado dañé, herí, sacié mi mala parte. Por ello también sé que debo esperar antes de replicar pues los malos sentimientos son como látigos del demonio y el ángel por el contrario es lento y silencioso, como el amor. Por eso vuelvo a empezar, cada mañana en estas redes con sus redes para atrapar incautos, con la máxima cautela. Y ellas son, por ello mismo, una metáfora actual de nuestra pobre humanidad doliente.