Atrás quedó esa masa ciega e ignorante que no distinguía entre la verdad y la mentira y a la que había que consolar con falsas esperanzas o nobles mentiras.
Decidir quién dice o dónde está la verdad en asuntos políticos es algo que la mayoría de los ciudadanos evaden por temor a equivocarse y por las nefastas consecuencias del error. No es nada nuevo y sorprendente para el común de los ciudadanos que sus gobernantes se especialicen en prometer y no cumplir.
Por fortuna para la humanidad y desventura de los politiqueros, en el mundo actual son pocos los que desconocen que la política y el ejercicio del poder son los reinos predilectos de la mentira y escenarios ideales para inventar, practicar y engañar con todo tipo de actuaciones y triquiñuelas.
La filósofa Hannah Arendt en su texto Crisis de la República argumentó que la sinceridad nunca ha sido una virtud para la política. Entre otras razones, porque las mentiras son consideradas por algunas propuestas políticas como medios justificables cuando se usan como estrategia para mantener el orden, el control y el poder.
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La mentira y la ausencia de verdad en la política siempre han sido justificadas en muchas de las acciones y decisiones de los hombres públicos, especialmente los gobernantes, quienes se escudan en cualquier cantidad de excusas para decisiones que toman supuestamente en beneficio de sus ciudadanos, la paz de sus pueblos o la seguridad de su nación.
Es considerada una noble mentira la que se dice en bien del interés público. En el ejercicio político es la que bajo el escudo de verdad se dice o promete a los gobernados en épocas de crisis, campaña electoral, confrontación ideológica o armada.
El secreto, el engaño, la hipocresía en el discurso, las guerras frías y las campañas sicológicas son instrumentos para convencer tan antiguos como el hombre y habituales en el ejercicio de la ciudadanía y de la política.
Desde los pensadores clásicos como Platón y Cicerón o teóricos políticos como Maquiavelo, hicieron propuestas sobre la ética de la responsabilidad en la vida política bajo la cual se pueden justificar gran cantidad de acciones, muchas de ellas opresoras, como si fueran verdades absolutas. Esto es lo que para algunos es mentir responsablemente.
Análisis sobre algunos de los gobiernos actuales, de quienes los lideran y de sus maneras de dirigir la política exterior y las relaciones internacionales, evidencian el ejercicio constante de las nobles mentiras no sólo de gobernantes a sus gobernados, sino también entre los mismos políticos en su diaria contienda por escalar peldaños en la jerarquía del poder.
En medio de los diversos escenarios políticos contemporáneos es que se están culturizando políticamente los ciudadanos de un mundo controversial que cada vez parece más una mal representada comedia que un campo de batalla.
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A las naciones más que sus gobernantes, las consolidan sus ciudadanos. Es al ciudadano común a quien le corresponde decidir en quién o qué propuesta depositar su confianza para el bienestar público y el particular. Atrás quedó esa masa ciega e ignorante que no distinguía entre la verdad y la mentira y a la que había que consolar con falsas esperanzas o nobles mentiras. Por más que se pretenda distraer la atención y el interés de los ciudadanos con escándalos mediáticos sobre amenazas inminentes, filtraciones de información, corrupción o promesas incumplidas, es una verdad a gritos que las nobles mentiras de nuestros gobernantes se esparcen como un virus que debilita los sistemas que se consideran democráticos. Ahora es el momento para que las ciudadanías del mundo que están más preparadas escuchen la cruda verdad. De esto depende en gran parte el futuro del orden mundial. Quien engaña, como decía Maquiavelo, encontrará siempre a quien se deje engañar.