Dos medallas de sociedades científicas reconocen a pioneros en sus campos de investigación.
El primero de julio de 1858 tuvo lugar en la Sociedad Linneana de Londres una sesión que cambiaría en forma radical la historia de la humanidad, al menos en una forma tan trascendental como ocurrió con los paradigmas introducidos por Newton y Einstein. Aunque para el secretario de dicha sociedad en ese año no pasó nada importante para el desarrollo y porvenir de la ciencia.
Durante la mencionada sesión se leyeron textos de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace que se referían a una teoría de la evolución basada en la selección natural y a la cual ambos habían llegado de modo independiente y con conclusiones parecidas. Del primero se leyó un artículo, fundamentado en trabajos que se remontaban a casi dos décadas atrás, con el título “Sobre la variación de los seres orgánicos en estado natural; sobre los medios naturales de selección; sobre la comparación de las razas domesticadas y las especies verdaderas”. Y del segundo se leyó un artículo titulado “Sobre la tendencia de variedades a apartarse indefinidamente de su tipo original”, escrito en febrero de 1858 mientras su autor recolectaba especímenes en las islas del archipiélago malayo para sus estudios zoológicos y para la venta.
Lea también: Los debates entre Richard Dawkins y Gerardo Remolina
Darwin tuvo cierta reticencia para publicar sus ideas sobre la evolución, preocupado seguramente por el impacto que las mismas tendrían sobre las arraigadas tradiciones bíblicas del creacionismo. Pero se animó a hacerlo prontamente cuando recibió una carta enviada por Wallace en marzo de 1858 que incluía la siguiente frase: la vida de los animales salvajes es una lucha por la existencia, y siempre sucumbirán los más débiles y menos perfectamente organizados. Darwin publicó entonces su libro al año siguiente con el título El origen de las especies (ver una versión castellana completa en el sitio http://www.rebelion.org/docs/81666.pdf). Wallace nunca se preocupó por la prioridad en el establecimiento de la teoría y más adelante defendió los principios de ese libro.
Pero como bien sabemos que Darwin se llevó casi toda la gloria, la Sociedad Linneana de Londres decidió hacer justicia a Wallace mediante la acuñación de una medalla en la cual cada cara muestra la efigie de uno de los dos científicos. La medalla se entrega cada cincuenta años a biólogos distinguidos y su primera versión ocurrió en 1908 cuando se cumplían 50 años de aquella lectura histórica en la Sociedad. Como Wallace vivía en ese momento, recibió la medalla en oro sólido, en tanto que otros seis recipientes fueron galardonados con sendas medallas en plata.
Mutatis mutandis, entre nosotros ha ocurrido una situación con ribetes parecidos. Tanto Alexander von Humboldt como Francisco José de Caldas trabajaron en forma independiente la geografía de las plantas o fitogeografía, una disciplina que estudia la variación de las plantas con el clima, básicamente con respecto a la altitud y la latitud. Antes de su encuentro en la localidad de Ibarra, actual Ecuador, el último día de 1801, ambos naturalistas eran conscientes del fenómeno, en particular Caldas gracias a una nivelación de plantas efectuada nada menos que entre Santafé y Quito durante 1801 y años anteriores. En tres de las cuatro láminas de esta nivelación se muestra la altura superior y la altura inferior de la vegetación del trigo.
Puede interesarle: La gran obra cartográfica de Francisco José de Caldas
Como Humboldt publicó prontamente en 1805 una edición francesa en París con el título Ensayo sobre la geografía de las plantas, es considerado el fundador de esa nueva disciplina. Aunque Caldas había escrito una memoria al respecto desde 1803, nunca la publicó en su Semanario del Nuevo Reino de Granada, y más bien incluyó en este el trabajo de Humboldt en 1809, con unas correcciones suyas que muestran al neogranadino como más conocedor que el prusiano de las condiciones del trópico andino.
Considerando que podía existir una analogía con lo descrito a propósito de Darwin y Wallace, pues bien se sabe que Humboldt se llevó prácticamente toda la gloria, el distinguido investigador Alberto Gómez Gutiérrez, director del Instituto de Genética Humana de la Pontificia Universidad Javeriana, propuso durante el Congreso Internacional del Bicentenario de Francisco José de Caldas realizado en 2016 que se acuñara una medalla Humboldt-Caldas. Este columnista llevó la iniciativa a la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y allí fue acogida para que la medalla sea entregada cada dos años a un destacado investigador en el campo de la biogeografía, disciplina esta que incluye la distribución de los seres vivos sobre la Tierra. Se tendrán en cuenta recientes trabajos desarrollados en Colombia o en Ecuador (se incluye este país porque los años formativos de Caldas como botánico ocurrieron en la antigua Real Audiencia de Quito) y la medalla será entregada por primera vez en 2018, cuando se cumplen 250 años del nacimiento de Caldas.